16 dic 2014

La pampa le roba el papel a Viggo Mortensen en la película “Jauja”

La película recién estrenada del realizador argentino Lisandro Alonso está protagonizada por Viggo Mortensen, aunque el escenario de la pampa le roba el papel, el mito, el atractivo y casi el argumento. La pampa es un paisaje muy ladrón. Ni en cine ni en literatura nadie sale indemne de la confrontación con el infinito –o su espejismo-- que sobre la tierra encarna la pampa. Uno de los resultados que esa visión provoca más a menudo entre quienes intentan congeniar con ella mediante imágenes o palabras es la melancolía, inspirada por la pequeñez que demuestra la mirada humana, disconforme con su limitación. La llanura de la pampa suma centenares de miles de
kilómetros cuadrados, más que algunos países enteros de Europa. Aunque no deba confundirse la pampa húmeda de los verdes pastos con la pampa seca de los contrafuertes andinos o de la Patagonia (ni tampoco con la provincia administrativa de La Pampa), en cualquiera de los casos se trata de un fenómeno de campo raso de magnitudes inhumanas.
Al intentar la oligarquía del país naciente controlar el interior del territorio argentino, hasta entonces en manos de tribus aborígenes y grupos humanos dispersos, bautizó a la incursión militar con el nombre de “guerra del desierto”. Una vez establecida a sangre y fuego la autoridad sobre el terreno, millones de hectáreas fueron donadas a bajo precio o regaladas a terratenientes y políticos. Llamar “desierto” a la pampa sedimentada por los dos ríos Paraná y Uruguay al formar el estuario del Río de la Plata para desguazar en el Atlántico, fue un eufemismo desafortunado, una paradoja visual y epistemológica. El nombre quería referirse a la inmensidad de la estepa, no a ninguna esterilidad, sequía ni desolación. 
Se trata de un mar de hierba grasa y erecta, un cojín de tierra impregnada de nutrientes y drenada a la perfección, un metro y medio de fervoroso humus a lo largo de miles de kilómetros cuadrados, punteados a pérdida de vista por minúsculas manchas de vacas dispersas que pastan en una inmensa libertad o por arboles perfectamente solos y orgullosos de su individualidad en medio de una vasta metáfora del abismo y sus puntos de fuga. La pampa no ofrece más perspectiva ni curvatura que el anfiteatro del cielo y el semicírculo ilusorio de un horizonte que se desangra en la incerteza. 
La magnitud de la pampa es una instancia superior de lo verosímil, por eso plantea el problema de utilizarla de escenario sin que robe el protagonismo o describirla sin metáforas vaporosas y abstrusas. Todos se estrellan contra la pretensión de ceñir el concepto de pampa, ya no digamos entenderlo sin caer en el vacío del delirio óptico. Confunden la pampa con no sé qué idea inalcanzable, especulativa, ingrávida y meliflua. El prodigio tan llano de la calma viva de la víscera de la tierra genera todo tipo de malabarismos visuales o verbales, hipérboles tocadas como mucho por algún soplo de ingenio transitorio, cazado por sorpresa. 
Pocos entienden con algo de tino la invitación a callar proporcionada por el silencio medular que desprende la pulsación vital de la pampa. Pocos aprovechan la oportunidad para recorrer humildemente, sin dejar de tocar con los pies en el suelo, el infinito nivelado y liso. La fortuna que propone la pampa consiste en abarcar de un solo vistazo circular, girando lentamente sobre sí mismo, la perfecta esfera de la tierra, convertida aquí en una doble lámina de vida interior fragorosa y a la vez estática, fecunda y muda. Las palabras resuenan muy poco en el mar de hierba, la materia vibra sin obstáculos que faciliten la ilusión de un eco, la mirada recupera una libertad recompensada con mucha elocuencia y puede cifrar por una vez al absoluto terrenal, si descarta la traducción al lenguaje tan limitado de la imágenes convencionales o del alfabeto. 
La pampa es el extrarradio cósmico de la aglomeración humana, el testigo rebelde del viejo sueño de dominar la prodigalidad de la tierra mientras nos seguimos preguntando qué hay detrás del horizonte. El horizonte es la única línea verosímil que dibuja este escenario a lo largo de una distancia indeterminada, fugitiva, inasible. El horizonte de la pampa promete más que ningún otro. La experiencia demuestra que no siempre cumple y que la generosidad adjudicada candorosamente al infinito acostumbra a condenar a los hombres a los requiebros del desengaño. La película recién estrenada Jauja confirma con creces esa rara fascinación.

1 comentarios:

  1. Muy buena la descripción de la pampa, en todos los sentidos. Los pampeanos agradecidos.

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