En el Cenacolo de Santa Apolonia |
de Santa Apolonia es uno de aquellos puntos que han quedado fuera de los circuitos masivos por razones incomprensibles, aunque bienvenidas por la calma y la sensación de descubrimiento que procuran a quienes nos agrada salir de la fila de vez en cuando.
El antiguo refectorio conventual, de visita pública pero escasa, se halla presidido por un fresco de la Santa Cena pintado por Andrea del Castagno con cantidad de astucias ópticas destinadas a subrayar el efecto de perspectiva, un recurso con el que los pintores renacentistas jugaban ilusionados como un párvulo con zapatos nuevos. El fresco forma parte de las mejores obras de la ciudad, pero aquello que le distingue de las demás son las sillas colocadas ante él para poder contemplarlo con comodidad, en una atmosfera calmada y solitaria. Eso en Florencia es algo extraordinario, una excepción absoluta. Ha convertido al Cenacolo de Santa Apolonia en uno de los raros lugares del que se sale descansado, pacificado, aligerado. Si como muestra suprema de excepcionalidad dejaran fumar un habano, se convertiría en absolutamente paradisíaco.
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