El monumento ecuestre de Pyonyang |
A los monarcas de todo tipo les gusta mandarse retratar a caballo, sin darse cuenta de que el animal siempre les va a ganar en elegancia. En las estatuas ecuestres la montura suele quedar más favorecida que el caballero inmortalizado en postura infatuada. El lucimiento del escultor suele corresponder al caballo.
Se ha vuelto a demostrar estos días con la doble estatua ecuestre erigida en Pyonyang al dictador norcoreano Kim Il-sung y a su heredero recientemente fallecido Kim
Jong-il. El mejor ejemplo del postulado sigue siendo el monumento veneciano de Andrea Verrochio al caballero Bartolomeo Colleoni, en el campo de San Zanipolo.
En los campi o plazas de Venecia no hay casi nunca monumentos escultóricos, al menos no los había durante la vigencia de la Serenísima, la cual tenía prohibido el culto a la personalidad como signo distintivo del sistema de gobierno de esta próspera república civil. Sin embargo, en un momento en que las arcas públicas se encontraban muy necesitadas, el condottiere bergamasco Bartolomeo Colleoni, comandante de las tropas venecianas, dejó en herencia a la ciudad una sustanciosa donación económica a cambio de que le fuese erigida una estatua "ante San Marco".
El gobierno aceptó el dinero, pero no transigió en erigir ninguna estatua en la plaza de San Marco, donde sigue sin haber ni una. La estratagema consistió en emplazarla ante la scuola de San Marco, en la plaza de San Zanipolo, donde hoy luce como auténtica obra maestra de Verrochio.
En cambio, Barcelona no ha sido muy afortunada en materia de estatuas ecuestres. La esculpida por Josep Llimona al conde Ramón Berenguer III, que se contempla entre los autocares turísticos estacionados en la Vía Layetana, al pie de la muralla romana de la catedral, es visiblemente esmirriada. La del general Prim en el parque de la Ciutadella, realizada en 1887 por Lluís Puiggener, destruida durante la guerra civil y reconstruida por el ubicuo Frederic Marés en 1948, mejora muy ligeramente.
A escala barcelonesa la mejor fue, paradójicamente, la modelada por Josep Viladomat en 1963 por encargo del alcalde Porcioles al dictador Francisco Franco, colocada en el castillo de Montjuïc en agradecimiento por su cesión a la ciudad y hoy retirada a un depósito municipal. El general aparecía piernicorto, sobre todo en comparación con la elegancia del caballo, pero el conjunto escultórico traducía la calidad del artista. La norma general de las estatuas ecuestres se cumplía de nuevo, inexorablemente.
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