15 feb 2012

Hablemos de los burdeles de aquí

Especialitzados en burdeles
La actividad en la localidad fronteriza de La Jonquera del Paradise, el mayor prostíbulo de Europa, pone de relieve la ausencia de legislación que regule sin falsos pudores y con algo de eficacia la esclavitud moderna que encarna este importante sector económico, por no decir industrial, tras el cual se ocultan a menudo delitos penales tipificados: proxenetismo, inmigración ilegal, falsificación documental y blanqueo
de dinero. Son delitos por los que la semana próxima será juzgado en la Audiencia de Girona el propietario y administrador del Paradise, José Moreno Gómez, acusado a raíz de inspecciones policiales como la de mayo de 2008 y septiembre de 2010 en otros establecimientos del mismo tipo que regenta, el Eclipse en Montrás (Bajo Ampurdán) y el Edén en Melianta (Pla de l'Estany).
Pocos días después de la inauguración del Paradise en octubre de 2010, José Moreno Gómez mantuvo en el nuevo establecimiento y a cara descubierta un encuentro con la prensa francesa, en el que participaron los equipos de las cadenas de televisión TF1, M6 y France 3, así como el diario digital perpiñanés La Clau. El empresario manifestó: “Funciona muy bien y estoy muy contento. Evalúo los clientes franceses en un 80 % del total. No sé de dónde vienen las críticas, no veo motivo. Nosotros hemos montado un negocio perfectamente legal. Como cualquier gran establecimiento que acabe de abrir sus puertas, ayudamos a la zona comercial que nos rodea. Atraemos público, que de rebote consume en restaurantes. Además, las 150 señoritas aquí presentes dan trabajo a las perfumerías, las tiendas de ropa y las peluquerías. Y los competidores, cerca de aquí, también se benefician de nuestras instalaciones. Estoy convencido de que el nuestro papel es importante en la sociedad. Somos una muralla contra la violación. Deciden los hábitos de los clientes, y participamos en la economía local también pagando impuestos importantes al Ayuntamiento”.
Las escaramuzas legales y las rendijas de la normativa son la especialidad de los responsables del ramo y de sus abogados, con la certeza de que la ley permite una parte importante de su actividad. El macro-prostíbulo Paradise (80 habitaciones y 2 salas de espectáculo con capacidad para a 600 clientes) abrió en La Jonquera con los permisos legales inmaculados.
No representa ni tan solo una novedad. La Jonquera y sus alrededores ya ostentaban un récord europeo en la materia, gracias a otros prostíbulos de grandes dimensiones como el Lady Dalla's en Agullana, Monnnight en Hostalets de Llers, Madam's en Capmany o Escala 2000 en Ventalló, todos situados cerca de los ejes viarios de conexión con Francia. Las buenas conciencias se tranquilizan aduciendo que la clientela procede sobre todo de las comarcas vecinas francesas, donde la prostitución se encuentra mucho más regulada. También alegan que el liderazgo de La Jonquera se debe al carácter de enorme estación de servicio de miles de camioneros en la frontera más transitada del continente europeo.
En este asunto las conciencias siempre se tranquilizan con enorme rapidez, como si se tratase de una fatalidad inevitable con rango de oficio más antiguo del mundo. Basta con disimularlo apenas en determinadas zonas, aunque infrinjan la ley, como demuestran las batidas policiales de control.
Ni las autoridades policiales ni las municipales poseen la última palabra, aunque tengan mucho que decir, como demostraron parcialmente las ordenanzas cívicas de la concejal Assumpta Escarp en Barcelona. En cambio, la consellera de Interior Montserrat Tura vio frenado en el mismo momento su borrador de proyecto de ley de 2006 que planteaba prohibir los macro-burdeles y autorizar tan solo locales reducidos, autogestionados por las propias prostitutas y fiscalizados por la administración. El endurecimiento del Código Penal frente a las mafias que dominan el sector depende del Congreso de Diputados y sigue en el limbo.
La tentación de hablar de los burdeles como algo más o menos truculento, sensacionalista, morboso o irónico enmascara la cobardía de identificar la moderna esclavitud con nuestra realidad más cercana, la comodidad de pensar que el imperio de la ley siempre ha tenido amplios márgenes de tolerancia, que la delincuencia organizada es algo de las películas y la miseria una plaga del lejano Tercer Mundo. Esos establecimientos son una vergüenza legal, sin que tal sentimiento tenga nada que ver con el puritanismo. O tal vez tenga mucho que ver, precisamente.



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