La controversia suscitada por el anuncio del Ayuntamiento de Barcelona de que derribará dos modestas casas de la calle Subteniente Navarro, en la parte trasera de la Vía Layetana, con el fin de exhumar 40 metros más de la muralla romana ilustra una vez más la evidencia: la arqueología no consiste primordialmente en excavar sino en valorar, interpretar y explicar con lenguaje de hoy lo excavado. Y aquí empieza el problema que los arqueólogos no resuelven. Para unos, poner de relieve el monumento romano es una señal de cultura y civilidad. Para otros la superposición de estratos en que se basa cualquier ciudad es el
principal valor y por lo tanto se debe huir de monumentalizaciones tardías y contemplar la muralla romana en su realidad actual: incrustada entre de casas, tiendas, hoteles y calles.
Las jornadas de expertos celebradas el mes de mayo en el Museo de Historia de la Ciudad sobre “Intervenir en la muralla romana de Barcelona” levantaron la liebre de la pequeña demolición prevista a tal fin, pero la liebre salió respondona. Pocos días después Xavier Monteys publicaba el artículo “Errores monumentales” en el suplemento cultural de El País: “El aire de sórdidas partes traseras en aquel tramo de la Vía Layetana no lo arreglará la fórmula más muralla sino la de más actividad. Creo que deberíamos admitir que basta con intuir la presencia de la muralla y es más emocionante buscarla y encontrar un trozo de ella en un patio o en el interior de un restaurante pakistaní de la calle Avinyó”.
En el último Boletín del Museo de Historia de la Ciudad su director, Joan Roca, dedica un artículo al debate, pero con una retórica académica que a fuerza de querer pasar la maroma no aclara nada. Tal vez el aspecto más positivo de todo ello es que haya despertado controversia, que se enfrenten distintos puntos de vista, como los estratos superpuestos de la ciudad.
Los arqueólogos hace tiempo que explican poca cosa mientras excavan a cachitos. A veces lo intentan tímidamente, como en la villa romana de considerables proporciones hallada el año pasado a raíz de las obras de construcción de la estación barcelonesa del AVE en La Sagrera, rápidamente sepultada por el cemento para no entorpecer más aun el calendario del tren de alta velocidad. La arqueología debería ser mucho más elocuente de lo que es.
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