La actriz Jane Fonda ha convertido el arte de envejecer en un oficio. Declara 74 años, sigue siendo la imagen publicitaria de la marca de cosméticos L’Oreal y acaba de desfilar sobre la alfombra roja del festival cinematográfico de Cannes (foto adjunta) con más atractivo que algunas jovencitas. Hasta aquí nada de nuevo, ya se lo sabíamos. La novedad es que en su último libro editado en Estados Unidos bajo el título Prime time sobre la felicidad en los años del “tercer acto” de la vida, lo argumenta de forma inteligente, y eso tal vez sorprenda a quienes pensaban que las estrellas de Hollywood son bobas necesariamente. Como muestra, lo siguiente que
Fonda declara estos días a la prensa internacional promocionando su libro: “A las mujeres nos es más fácil, porque la vida femenina está hecha de continuos cambios: desde los hormonales (la regla, la gestación, los hijos, la menopausia) hasta los que afrontamos al adaptarnos a la vida de nuestros hombres. Acto seguido los hijos crecen y se van, y las mujeres seguimos cambiando para adaptarnos a la nueva situación, más que los hombres. Envejecer convierte esta flexibilidad en una fuerza, porque casi todo ya se ha producido. En cambio los hombres conocen una pérdida fortísima de status y de identidad: ya no trabajan, ya no son importantes a los ojos de los demás, ya no son el Número Uno. Para ellos la identidad coincide con la posición social, se les valora sobre la base de los éxitos profesionales, del dinero que ganan, incluso la virilidad se basa en eso. De golpe envejecen y a todos los niveles –desde hacer el amor hasta ganar dinero—se les hace difícil. Las mujeres estamos acostumbradas a ganar menos, a recibir menos beneficios. Eso es un inconveniente que se convierte en ventaja en la vejez. Para los hombres no, a ellos les resulta más difícil envejecer bien”.
Me ha parecido que sus palabras despiertan una cierta credibilidad.
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