El diario contaba ayer que los dieciséis puestos de flores que subsisten en la Rambla barcelonesa recaudan la mayor parte de su facturación mediante la venta de souvenirs turísticos, como imanes de nevera. Tan solo dos se dedican exclusivamente a la función original. En vista del éxito, el Ayuntamiento se plantea reconvertirlos hacia la venta de souvenirs baratos, aunque de diseño homologado, dejando alguno de muestra con la dedicación tradicional, para que no se diga que en la Rambla de las Flores ya no se venden flores. Sería el funesto y definitivo tiro de gracia en la degradación de este paseo vertebral, desertado desde
tiempo atrás por los barceloneses ante la ocupación turística descontrolada.
No es cierto que con la modernidad se vendan menos flores y que la crisis haya acabado de rematar la civilizada costumbre de comprarlas, ya sea para regalar o para alegrar la casa. El problema radica en el estado de la Rambla de las Flores, no en las flores. La empresa Navarro ha levantado un imperio, abierto a toda hora cada día del año, a lo largo de dos céntricas manzanas de la calle Valencia, entre Llúria y Girona, incluyendo la fachada del mercado de la Concepción. La variedad de la oferta y el desfile de compradores de flores es incesante. No se trata de ninguna costumbre demodé, como salta a la vista en este tentacular establecimiento.
Alberto Cortez tiraba de cliché cuando decía en su canción “Amante a la antigua”: “Yo soy de esos amantes a la antigua que suelen todavía mandar flores, de aquellos que en el pecho aún abrigan recuerdos de románticos amores”... El inolvidable Mèlio Vicens la cantaba como nadie, las tardes del sábado en Can Batlle, de Calella de Palafrugell, con una mirada picantona dirigida a la concurrencia femenina, que le aclamaba. Al día siguiente, en el mercado dominical de Palafrugell, yo veía cestas de la compra coronadas con un ramo de flores, que se vendían igual que los demás productos frescos. Y se siguen vendiendo, salvo en la Rambla de las Flores. Que arreglen la Rambla de una vez, no solo los puestos de flores.
tiempo atrás por los barceloneses ante la ocupación turística descontrolada.
No es cierto que con la modernidad se vendan menos flores y que la crisis haya acabado de rematar la civilizada costumbre de comprarlas, ya sea para regalar o para alegrar la casa. El problema radica en el estado de la Rambla de las Flores, no en las flores. La empresa Navarro ha levantado un imperio, abierto a toda hora cada día del año, a lo largo de dos céntricas manzanas de la calle Valencia, entre Llúria y Girona, incluyendo la fachada del mercado de la Concepción. La variedad de la oferta y el desfile de compradores de flores es incesante. No se trata de ninguna costumbre demodé, como salta a la vista en este tentacular establecimiento.
Alberto Cortez tiraba de cliché cuando decía en su canción “Amante a la antigua”: “Yo soy de esos amantes a la antigua que suelen todavía mandar flores, de aquellos que en el pecho aún abrigan recuerdos de románticos amores”... El inolvidable Mèlio Vicens la cantaba como nadie, las tardes del sábado en Can Batlle, de Calella de Palafrugell, con una mirada picantona dirigida a la concurrencia femenina, que le aclamaba. Al día siguiente, en el mercado dominical de Palafrugell, yo veía cestas de la compra coronadas con un ramo de flores, que se vendían igual que los demás productos frescos. Y se siguen vendiendo, salvo en la Rambla de las Flores. Que arreglen la Rambla de una vez, no solo los puestos de flores.
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