Este artículo también se ha publicado en Eldiario.es, sección Catalunya Plural
El rasgado de vestiduras de estos últimos días en toda clase de tribunas políticas y de opinión contra unas acciones pacíficas y simbólicas que han recibido el nombre de escraches, protagonizadas sobre todo por pequeños grupos de manifestantes de la plataforma Afectados por la Hipoteca (APH) ante los domicilios privados de algunos políticos que se oponen a la revisión en profundidad de una Ley Hipotecaria criticada incluso por el Tribunal de la Unión Europea, está
ampliando la caja de resonancia de una situación de hecho: la desigualdad creciente entre quienes tienen y quienes han dejado de tener, la insensibilidad política y la ausencia de alternativas institucionales a la altura de las circunstancias por parte de aquellos que han sido elegidos y cobran para gestionar la crisis, para gobernar, para apuntar salidas. Algunas mentes bienpensantes y acomodadas han disparado la alarma contra el lobo de la “violencia callejera”, de la kale borroka, en un intento de criminalizar o al menos cubrir con el velo de la sospecha a uno de los pocos movimientos que por ahora se han demostrado cargado de razón y eficiente, por no sacar el “Santo Cristo mayor” de las palabras y calificarlo de heroico.
El rasgado de vestiduras de estos últimos días en toda clase de tribunas políticas y de opinión contra unas acciones pacíficas y simbólicas que han recibido el nombre de escraches, protagonizadas sobre todo por pequeños grupos de manifestantes de la plataforma Afectados por la Hipoteca (APH) ante los domicilios privados de algunos políticos que se oponen a la revisión en profundidad de una Ley Hipotecaria criticada incluso por el Tribunal de la Unión Europea, está
ampliando la caja de resonancia de una situación de hecho: la desigualdad creciente entre quienes tienen y quienes han dejado de tener, la insensibilidad política y la ausencia de alternativas institucionales a la altura de las circunstancias por parte de aquellos que han sido elegidos y cobran para gestionar la crisis, para gobernar, para apuntar salidas. Algunas mentes bienpensantes y acomodadas han disparado la alarma contra el lobo de la “violencia callejera”, de la kale borroka, en un intento de criminalizar o al menos cubrir con el velo de la sospecha a uno de los pocos movimientos que por ahora se han demostrado cargado de razón y eficiente, por no sacar el “Santo Cristo mayor” de las palabras y calificarlo de heroico.
Es probable que los desahuciados y las personas que se solidarizan de forma activa con ellos no mantengan siempre las formas más exquisitas, que no hayan estudiado en los Jesuitas de Sarriá, no hayan cursado el master en la universidad de Harvard y no pulan sus métodos de acción mientras pasan estos días en la estación de esquí de Baqueira. Es probable que su estilo, su elegancia y su refinamiento dejen que desear en algún momento desde el punto de vista de los no afectados por el drama de las ejecuciones hipotecarias, pero afectados, en cambio, por el miedo a la violencia. Los escraches recuerdan, de forma perfectamente legítima, la enorme violencia real que supone el hecho de ser el país con el paro más elevado de Europa, con más casos de corrupción, con mas desahuciados por la fuerza y a la vez más pisos vacíos. Contra esa violencia algunos salen a la calle, se manifiestan e intentan encontrar alguna solución a su alcance. La palabra escrache seguramente no es muy hermosa, la situación que denuncia lo es mucho menos.
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