El último escrutinio del padrón de Barcelona revela que en el 31 % de hogares de la ciudad vive una sola persona y que esta cifra ha aumentado de forma espectacular, hasta duplicar, en comparación con los datos de 1991. Del total de 204.000 hogares unipersonales que forman ese 31 % de la ciudad, tan solo 87.000 corresponden a personas mayores de 65 años. También puede denominarse crisis rampante de la convivencia en pareja. Afortunadamente la manera de emparejarse ha evolucionado desde el hombre y
la mujer de las cavernas, se ha civilizado como los demás aspectos de la vida en común, pero ahora nos encontramos con que la evolución de las formas de trato no ha solucionado el problema de fondo, no ha mejorado en proporción la convivencia pacífica, afectuosa, mutuamente enriquecedora y estable. La falta de entendimiento en las parejas se ha convertido, de forma reconocida, en uno de los problemas privados más agudos de la sociedad moderna, un proceso clave de la convivencia humana que no ha avanzado. Algunos lo ven como el reflejo justo del grado de independencia alcanzado por la mujer. Seguramente, pero eso no cambia la agudeza del problema. El amor y la convivencia estable se ha convertido para algunos en otro objeto de consumo, de movimiento perpetuo y obsolescencia veloz, una codicia de pasión con beneficios rápidos e intercambiables, sin reparar en abusos, daños y sufrimientos que pueda causar a otros o a uno mismo.
Cuando una tercera parte de la ciudad vive sola, sin ser atribuible sustancialmente a los viudos, tal vez es tiempo de recordar que el amor forma parte de la tradición más valiosa frente al magma, frente a la irresponsabilidad y el dominio de unos sobre otros, que son tendencias igualmente tradicionales, milenarias.
Las personas no fuimos diseñadas para vivir solas, en autarquía. Somos animales sociales, hemos sobrevivido porque vamos en grupo, necesitamos en alguna medida a los demás. Las leyes innatas, primigenias, atávicas de la naturaleza no dictan que cada individuo se encuentre solo en el universo ni que haya explotadores y explotados. El amor y la convivencia son un instinto básico --uno de los más nobles-- y todas las funciones vitales mejoran cuando hay un incentivo para compartirlas. Pero la cantidad de personas de esta ciudad que viven solas ha duplicado últimamente y representa ya un tercio del total.
la mujer de las cavernas, se ha civilizado como los demás aspectos de la vida en común, pero ahora nos encontramos con que la evolución de las formas de trato no ha solucionado el problema de fondo, no ha mejorado en proporción la convivencia pacífica, afectuosa, mutuamente enriquecedora y estable. La falta de entendimiento en las parejas se ha convertido, de forma reconocida, en uno de los problemas privados más agudos de la sociedad moderna, un proceso clave de la convivencia humana que no ha avanzado. Algunos lo ven como el reflejo justo del grado de independencia alcanzado por la mujer. Seguramente, pero eso no cambia la agudeza del problema. El amor y la convivencia estable se ha convertido para algunos en otro objeto de consumo, de movimiento perpetuo y obsolescencia veloz, una codicia de pasión con beneficios rápidos e intercambiables, sin reparar en abusos, daños y sufrimientos que pueda causar a otros o a uno mismo.
Cuando una tercera parte de la ciudad vive sola, sin ser atribuible sustancialmente a los viudos, tal vez es tiempo de recordar que el amor forma parte de la tradición más valiosa frente al magma, frente a la irresponsabilidad y el dominio de unos sobre otros, que son tendencias igualmente tradicionales, milenarias.
Las personas no fuimos diseñadas para vivir solas, en autarquía. Somos animales sociales, hemos sobrevivido porque vamos en grupo, necesitamos en alguna medida a los demás. Las leyes innatas, primigenias, atávicas de la naturaleza no dictan que cada individuo se encuentre solo en el universo ni que haya explotadores y explotados. El amor y la convivencia son un instinto básico --uno de los más nobles-- y todas las funciones vitales mejoran cuando hay un incentivo para compartirlas. Pero la cantidad de personas de esta ciudad que viven solas ha duplicado últimamente y representa ya un tercio del total.
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