Ha comenzado a circular una petición pública para que la monumental cruz en hierro forjado que señorea en lo alto del pico del Canigó sea purificada de la cantidad de recuerdos textiles que la gente le cuelga, convertidos en harapos por la tramontana, sobre todo teniendo en cuenta que la mítica cima puede ser hollada por unos 500 excursionistas cada día festivo de bonanza atmosférica. La cruz se ha visto sumergida por la costumbre masiva. Ahora se confunde con una especie de monigote espantapájaros. Más que marcar un punto majestuoso, parece engalanar la fiesta mayor del Mas Rampiño (vieja expresión popular para designar ordinariez, con todo el respeto por la fiesta mayor del Mas Rampiño, en Montcada i Reixac, que se sigue celebrando cada final de abril). La petición pública quiere recoger firmas y ha sido dirigida a la presidenta del Consejo General de los Pirineos Orientales (equivalente de la Diputación, en Perpiñán), porque tal vez sea preciso recordar que el macizo del Canigó se halla en territorio
francés del Rosellón, aunque a cualquier catalán eso le parezca un dato puramente administrativo. Los promotores de la iniciativa rehabilitadora del aspecto de la cruz son el grupo boy-scout perpiñanés de la Virgen de la Real y la Federación Internacional de las Fogatas de San Juan, que cada 23 de junio enciende aquí la llama del Canigó. Ahora bien, un vez dicho todo eso, la petición quizás suscite el efecto contrario. Los espíritus laicos y republicanos han recordado de nuevo que esas grandes cruces en los picos recuerdan excesivamente los tiempos de la prepotencia clerical y de la preponderancia de la religión sobre la identidad y la cultura general de los pueblos. Las montañas, incluso las “montañas sagradas” como el Canigó, no necesitan cruces ostentatorias para coronar su carácter simbólico. La majestad del paisaje, solita, se encarga perfectamente de ello.
francés del Rosellón, aunque a cualquier catalán eso le parezca un dato puramente administrativo. Los promotores de la iniciativa rehabilitadora del aspecto de la cruz son el grupo boy-scout perpiñanés de la Virgen de la Real y la Federación Internacional de las Fogatas de San Juan, que cada 23 de junio enciende aquí la llama del Canigó. Ahora bien, un vez dicho todo eso, la petición quizás suscite el efecto contrario. Los espíritus laicos y republicanos han recordado de nuevo que esas grandes cruces en los picos recuerdan excesivamente los tiempos de la prepotencia clerical y de la preponderancia de la religión sobre la identidad y la cultura general de los pueblos. Las montañas, incluso las “montañas sagradas” como el Canigó, no necesitan cruces ostentatorias para coronar su carácter simbólico. La majestad del paisaje, solita, se encarga perfectamente de ello.
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