Ante la escasa respuesta de la izquierda parlamentaria a la necesidad de regeneración democrática que la crisis económica ha puesto de manifiesto, era natural, saludable y esperado que surgieran movimientos sociales como el que acaban de anunciar esta semana el economista y presidente de Justicia y Paz, Arcadi Oliveres, y la monja benedictina y médica Teresa
Forcades. Encabezan un manifiesto para la convocatoria de un proceso constituyente en Cataluña, destinado a preparar un “cambio de modelo político, económico y social”. Está en juego nada menos que la herencia del espacio electoral y social de la izquierda.
Forcades. Encabezan un manifiesto para la convocatoria de un proceso constituyente en Cataluña, destinado a preparar un “cambio de modelo político, económico y social”. Está en juego nada menos que la herencia del espacio electoral y social de la izquierda.
La regeneración democrática será participativa o no será nada. Inevitablemente, los promotores plantean la iniciativa “desde abajo”, mediante un debate en las asambleas locales de los pueblos de Cataluña que conduzca a la formación de una candidatura electoral unitaria. El manifiesto comprueba que el actual modelo económico, institucional y de ordenamiento político ha fracasado e insta que “el pueblo catalán decida de forma democrática y pacífica qué modelo de estado y de país desea”, a través de un proceso que requerirá “la autoorganización y la movilización social continuada”.
La nueva izquierda, del tipo que sea, tendrá de picar mucha piedra en la vida cotidiana de los barrios, de los afectados por la crisis, de los múltiples movimientos sociales. Eso es precisamente lo que resulta imposible a la actual izquierda parlamentaria sin renunciar a la comodidad de las poltronas, a los salarios fijos y al escalafón interno de los aparatos. En tan solo treinta y cinco años de democracia, la izquierda parlamentaria ha sido fagocitada por el engranaje político general y ha perdido el crédito, pese a haber alcanzado a dominar una amplia red de municipios e instituciones del país.
El deseo de recuperar el autogobierno de Cataluña, el grito de “Llibertat, amnistia, Estatut d’Autonomia!”, surgió de la idea que podíamos administrarnos mejor que desde el centralismo, mediante una gestión más eficiente al servicio de los ciudadanos. En vez de dar ese ejemplo, hoy la Generalitat forma parte ostensiblemente de las estructuras que necesitan regenerarse, igual como las del Estado central. La regeneración institucional solo podrá derivar de una regeneración cívica, de una participación democrática de los ciudadanos que vaya más allá de acudir a las urnas cada cuatro años. Ahora también lo recalca la iniciativa encabezada por Arcadi Oliveres y Teresa Forcades. Es natural, saludable y esperado, decía.
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