Ayer asistí a la inauguración de la exposición de pintura y escultura de Pilar Farrés titulada “El delirio del ciprés”, organizada hasta el 14 de mayo alrededor del patio neoclásico de la casa Pagés y Bofill de Figueres, presidido por dos suntuosos cipreses. Este árbol totémico constituye un leit-motiv del paisaje ampurdanés, de la obra de Pilar Farrés y de más cosas. Como dijo el presentador de la exposición, Josep M. Dacosta: “La tarea de los artistas en general y de Pilar Farrés en particular es educarnos visualmente, hacernos más sensibles para que nos duela cada atentado contra nuestro paisaje, para que nos lastime
el corazón ver un vertedero de ladrillos en el medio natural. Debemos pasar del paisaje de la tochana a un paisaje de la Toscana”.
Soy un fervoroso seguidor de delirio del ciprés en el Ampurdán, en la Toscana y el conjunto del Mediterráneo, de su esvelta y afilada elegancia, distinguido, majestuoso, lírico, erecto y llameante obelisco vegetal de líneas puras y densas como una saeta lanzada al cielo –o como un paraguas plegado, si se quiere--, de un sobrio verde oscuro perenne replegado sobre sí mismo, con ramas como escamas adheridas al tronco resinoso. Algunos le han querido ver un carácter melancólico y funeral que yo no le he encontrado nunca. Al contrario, siempre pienso que es el único árbol en que sería imposible colgarse.
Los cipreses subrayan y balizan el paisaje, son los puntos de admiración de su prosodia. No ofrecen sombra ni fruto aprovechable, pero reúnen muchas funciones. Su uso como símbolo funerario remonta a griegos y romanos, guardián tutelar por su espléndida vejez, vista como prenda de paz y eternidad. Ha sido utilizado igualmente como símbolo de hospitalidad a la entrada de las casas de campo, como árbol de hilera a lo largo de algunos caminos, como barrera vegetal para proteger del viento a huertos y sembrados.
La exposición de Figueres me ha llevado a revivir mi amor hacia estos árboles, viejo y perenne como ellos. Además de la oportunidad suplementaria de contemplar los dos cipreses monumentales de la casa Pous y Bofill junto a la obra de Pilar Farrés, me ha recordado que Figueres posee una colección artística eminente acerca de este árbol, expuesta permanentemente en el vestíbulo del Motel Ampurdán. Son las litografías que August Ferrer encargaba cada año a un artista distinto sobre el mismo tema, como felicitación navideña enviada a sus numerosos amigos. La colección colgada a la entrada del Motel es también un monumento a la amistad, al delirio amistoso de los cipreses.
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