No deja de ser noticia que un género musical tan anacrónico en sus argumentos como la ópera y un escenario tan conservador como la Arena de Verona consagrasen el pasado viernes la tendencia general de los últimos años: los montajes escenográficos rupturistas encargados a figuras ferozmente renovadoras. La rompedora compañía catalana de teatro La Fura dels Baus recibió la misión de imaginar y materializar una nueva puesta en escena de la ópera verdiana “Aida”, la más clásica, antigua y
representada. Y no en un coliseo lírico cualquiera, sino en la Arena de Verona, que se caracteriza por las enormes 15.000 localidades (el Liceu tiene 2.000) y por una programación veraniega al aire libre de tono muy convencional hasta ahora.
representada. Y no en un coliseo lírico cualquiera, sino en la Arena de Verona, que se caracteriza por las enormes 15.000 localidades (el Liceu tiene 2.000) y por una programación veraniega al aire libre de tono muy convencional hasta ahora.
En la célebre marcha triunfal del segundo acto, con la llegada del ejército victorioso de Radamés, los tradicionales ejemplares vivos de elefantes, dromedarios, camellos y caballos que todo el mundo esperaba tradicionalmente como prueba de espectacularidad en escena, han sido sustituidos por triciclos motorizados. Eso es lo de menos, las hojas del rábano, ante la especialidad furera de aliar la tecnología de hoy con el despliegue de efectos escénicos trenzados por la actualización argumental.
El nuevo reto internacional de La Fura dels Baus en la Arena de Verona se produce apenas tres meses después de su espectacular montaje del Parsifal wagneriano por encargo de la Ópera de Colonia a raíz del bicentenario del nacimiento del compositor, tras el éxito apoteósico alcanzado dos años atrás en esta misma ciudad con su dirección escénica de la ópera “Sonntag”, de Stockhausen. La ópera, sus centros neurálgicos de producción y sus títulos más clásicos parecen haber entendido, pese a las provocativas salidas tono de algunos nuevos escenógrafos, que el futuro solo puede transitar por este camino de la postmodernidad. Quienes quieran seguir viendo montajes de ambientación clásica tal vez deberán acudir a Perpiñán, como en tiempos de Emmanuelle.
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