15 ago 2013

Amo el silencio productivo de las bibliotecas

Este artículo también se ha publicado en Eldiario.es, sección Catalunya Plural

En este mundo cada vez más enfermizamente ruidoso y vociferante, el silencio es una especie en vías muy avanzadas de extinción. Se ha convertido en un lujo utópico, salvo en las bibliotecas. En las bibliotecas el silencio es un derecho, un acto de respeto y un estado palpitante de los usuarios que estamos descubriendo algo y, deleitosamente, disfrutamos con ello. No es un silencio místico, misantrópico ni autista, tampoco un silencio absoluto ni puntilloso, sino una forma de
equilibrio productivo. El silencio, a veces, es la actitud más ágil, expresiva y generosa de todas. Por el contrario, meter bulla se ha convertido en una patología social y a menudo reviste el impacto de una auténtica agresión física. Los adictos al decibelio vocinglero son mucho peores que los del tabaco o el alcohol.
Mucha gente tiene miedo cerval al silencio como encarnación del vacío, su propio vacío. Yo les invitaría, en mi infinito candor, a pasar unas horas en alguno de los 241 puntos de lectura habilitados en los 3.000 m2 de las majestuosas naves góticas de la Biblioteca de Cataluña (premio FAD 1994 de rehabilitación) o en cualquiera de las modernas bibliotecas públicas de la red catalana (4 millones de usuarios inscritos, 25 millones de visitas anuales) para que comprobaran la actualidad y la amenidad de estos supuestos almacenes de libros. Cada biblioteca es una revolución silenciosa. 
Padezco de hiperacusia (exceso de sensibilidad al ruido) y la reverberación de las voces altisonantes me tortura los tímpanos. También tengo acúfenos (dolencia del oído interno que causa un ligero zumbido permanente dentro del cráneo) y me avengo de la mejor forma posible. No solo por eso, aunque también por eso, amo el lujo utópico y productivo de las bibliotecas y aquel verso del poema “Pertenencias”, de Mario Benedetti, que dice: “Tan tuyo como tu habla es tu silencio”.

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