Las contadísimas ocasiones en que los hombres hablamos entre nosotros sobre el amor, compruebo a mi alrededor que la mayoría acaba por pensar que el amor es una ingenuidad, una fantasía a la que se abrazan los débiles para sentirse amparados. Consideran que las personas normalmente constituidas saben caminar por los propios medios y que amar y ser amado es una simple costumbre sociológica, no la grandeza ni la clave de la vida. Los sentimientos en general forman parte de aquella ingenuidad que dicen emplear en momentos espaciados y pasajeros, no como pauta de relación, regida más bien por convenciones asentadas y condescendientes. En definitiva, el cinismo, el cálculo o sencillamente la conveniencia conocen una aplicación más amplia que el amor, relegado a su entender a
mito romántico, elemento poético, ingrediente de novelas, películas y convenciones amables de la ficción.
Aseguran que a lo largo de la vida experimentan momentos de amor, naturalmente. Por ejemplo durante los primeros tiempos del enamoramiento, a raíz del nacimiento de un hijo o cuando llega al mundo un nieto. Pero su duración no excede más allá de esos períodos concretos de ablandamiento sentimental, de novedad, antes de regresar a la normalidad homologada. Reservan las ilusiones o los entusiasmos a las victorias del Barça contra el Madrid, a los aumentos de rango profesional o a las aventuras ocasionales. Centrar las ilusiones en el amor significaría una candidez. Llegado el caso engatusan a la secretaria o van de putas –ya sea de forma excepcional o regular--, pero no se preocupan por el amor. ¿De qué les serviría? ¿Qué ganarían con ello? ¿Qué podrían decir sobre eso? ¿Con quién podrían hablarlo?
El período de validez y la fecha de caducidad del amor se encuentran muy circunscritos en su consideración, corresponden a una fase de la vida limitada, más allá de la cual apelar a los sentimientos resulta potencialmente ridículo. Los adultos tienen habitualmente el tema cubierto, resuelto, olvidado en la vida de cada día o mesurado con dosis establecidas por la rutina. Muchos hombres a mi alrededor dicen –como mucho decir-- que el amor se acaba y ya está, que las cosas se acaban y ya está, que los artículos se acaban y ya está. Otros le buscamos algo más el sentido, aunque eso no nos garantice nada.
mito romántico, elemento poético, ingrediente de novelas, películas y convenciones amables de la ficción.
Aseguran que a lo largo de la vida experimentan momentos de amor, naturalmente. Por ejemplo durante los primeros tiempos del enamoramiento, a raíz del nacimiento de un hijo o cuando llega al mundo un nieto. Pero su duración no excede más allá de esos períodos concretos de ablandamiento sentimental, de novedad, antes de regresar a la normalidad homologada. Reservan las ilusiones o los entusiasmos a las victorias del Barça contra el Madrid, a los aumentos de rango profesional o a las aventuras ocasionales. Centrar las ilusiones en el amor significaría una candidez. Llegado el caso engatusan a la secretaria o van de putas –ya sea de forma excepcional o regular--, pero no se preocupan por el amor. ¿De qué les serviría? ¿Qué ganarían con ello? ¿Qué podrían decir sobre eso? ¿Con quién podrían hablarlo?
El período de validez y la fecha de caducidad del amor se encuentran muy circunscritos en su consideración, corresponden a una fase de la vida limitada, más allá de la cual apelar a los sentimientos resulta potencialmente ridículo. Los adultos tienen habitualmente el tema cubierto, resuelto, olvidado en la vida de cada día o mesurado con dosis establecidas por la rutina. Muchos hombres a mi alrededor dicen –como mucho decir-- que el amor se acaba y ya está, que las cosas se acaban y ya está, que los artículos se acaban y ya está. Otros le buscamos algo más el sentido, aunque eso no nos garantice nada.
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