La historia no es más que la ciencia de contar historias, un acuarelismo de “corta y pega” reciclado, reelaborado y escasamente inocente para reconstruir el pasado a la conveniencia de cada momento. No se suele aprender en los libros. Se incrusta en el imaginario colectivo a través de la escuela, los medios de comunicación, el pozo de las leyendas, las estampas de las versiones dominantes y sus prejuicios. El método científico de los historiadores profesionales tampoco garantiza gran cosa: la publicación en 2011 del Diccionario biográfico español por parte de la docta y cejijunta Real Academia
de Historia derivó en un escándalo estrepitoso por la pésima calidad de muchos de los artículos y la defensa que hacían del franquismo. Ahora el sesgo se produce de nuevo en Cataluña a raíz del despliegue de conmemoraciones del tricentenario del 1714, encargadas por la Generalitat a Miquel Calzada y por el Ayuntamiento de Barcelona a Toni Soler, dos comunicadores televisivos, para recordar la derrota militar frente al absolutismo borbónico en la Guerra de Sucesión y la pérdida de libertades que significó en Cataluña el Decreto de Nova Planta de Felipe V.
de Historia derivó en un escándalo estrepitoso por la pésima calidad de muchos de los artículos y la defensa que hacían del franquismo. Ahora el sesgo se produce de nuevo en Cataluña a raíz del despliegue de conmemoraciones del tricentenario del 1714, encargadas por la Generalitat a Miquel Calzada y por el Ayuntamiento de Barcelona a Toni Soler, dos comunicadores televisivos, para recordar la derrota militar frente al absolutismo borbónico en la Guerra de Sucesión y la pérdida de libertades que significó en Cataluña el Decreto de Nova Planta de Felipe V.
La interpretación de la historia es un campo de batalla permanente, sometido a las ideologías, las conveniencias, las filias y las fobias de cada época. La historia son múltiples historias superpuestas sobre unos mismos hechos, vistos según el interés particular de cada mirada. A la historia le hacemos decir lo que queremos que diga. Contiene más fantasía y falsificación de lo que da a entender su aura académica o la referencia a hechos concretos. Se convierte fácilmente en ciencia-ficción más o menos consensuada, en clichés, conjeturas, molduras de yeso y cirugía estética.
En realidad el pasado resulta escurridizo por naturaleza, su fijación es poco objetiva y los datos documentales pueden proporcionar argumentos más contradictorios que probatorios. La realidad pasada o presente no es casi nunca un hecho homogéneo y coherente, sino más bien fragmentado, matizado, caleidoscópico. La historia necesita como el aire que respira dosis vitales de escepticismo, espíritu crítico y debate, más que himnos nacionales y exaltaciones patrióticas.
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