Alrededor de la ciudad de Tebas, la Tebaida es una región desértica del Antiguo Egipto a la que se retiraban monjes y ermitaños al comienzo de la era cristiana. Por eso la palabra “tebaida” designa en lenguaje de hoy un lugar considerado alejado y adusto. En una ocasión el escultor rosellonés Arístides Maillol llevó de excursión a uno de sus amigos pintores de París hasta el valle de Banyuls, un punto de confín especialmente agraciado a proximidad de la raya de frontera pirenaica y el Mediterráneo, donde el escultor había nacido y le complacía trabajar en contacto directo con la naturaleza. Maillol se sorprendió de la decepción del visitante: "Aquí comimos un conejo con Maurice Denis. Lo encontró triste. Decía que era una tebaida. Estaba acostumbrado a Italia, comprende usted, donde las
cosas son más relamidas, demasiado bonitas. No están acostumbrados a esta naturaleza de aquí, no la entienden. Aquí es Sicilia, es Grecia".
Aquella tebaida es hoy una deliciosa mata de encinas a la sombra del Mas Cornet, a medio camino de la bajada del Coll de Banyuls en dirección a las viñas verdes junto al mar. Me detengo cada vez que paso para respirar la atmósfera del paraíso terrenal, de la pizca de paraíso terrenal posible y concreto que puedo encontrar a mi alcance de vez en cuando. El aire fluye ahí con una melodía particular, el silencio actúa como de abrigo y la sombra invita a amarla con los dedos. Le dedico un rato de detenimiento con la mirada ávida, la piel erizada y los pulmones ensanchados.
Es una de mis tebaidas predilectas, acogedora y suavísima, sin nada de alejada ni adusta. Le doy la razón a Maillol, seguramente es de una belleza más griega o siciliana que italiana a la manera elaborada de la Toscana. Pero eso no me parece ningún demérito, lo veo más bien como un título de nobleza. Nunca he conseguido encontrar a la palabra “tebaida” el sentido que le da el diccionario.
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