No es ninguna novedad, pero ahora vuelve a expresarlo uno de los corresponsales más veteranos en Oriente Medio, Tomás Alcoverro del diario La Vanguardia. Su crónica publicada el 22 de agosto comenzaba con dos frases lapidarias: “Es hora de proclamarlo sin ambages. Qatar financia al terrorismo”, en referencia a los gihadistas del Estado Islámico y su califato. La poderosa diplomacia de talonario de este minúsculo y riquísimo emirato petrolífero, rival en algunos aspectos
de la hegemonía que ejerce la vecina Arabia Saudí, le permite una política sin escrúpulos tanto a favor de los intereses occidentales y de sus inversiones como de los grupos terroristas islamistas más bárbaros.
de la hegemonía que ejerce la vecina Arabia Saudí, le permite una política sin escrúpulos tanto a favor de los intereses occidentales y de sus inversiones como de los grupos terroristas islamistas más bárbaros.
A la “moderna” monarquía absoluta y feudal —per no decir tribal-- de Qatar, así como a la saudí, le sobra el dinero para jugar a dos bandas simultáneamente. Cuando la guerra en Oriente Medio se acentúa más allá de su estado local permanente y el terrorismo gihadista sube de tono las acciones con repercusión internacional, como la reciente decapitación televisada del reportero norteamericano James Foley tras ser apresado por militantes del Estado Islámico en el norte de Siria, entonces el apoyo más o menos indirecto que reciben los verdugos por parte de los emiratos árabes y en especial de Qatar vuelve a ser noticia escandalizada, por unos días.
Las aguas regresarán pronto al curso habitual de guerra local permanente y los beneficiarios de las inversiones millonarias de los petrodólares se olvidarán de la cara oscura de los mecenas. Arabia Saudí y Qatar son dos estados sunitas inspirados en la doctrina integrista del wahhabismo, la más puritana y radical. El emirato de Qatar patrocina al Barça con 30 millones de euros anuales y el nombre de Qatar Airways luce en las camisetas de los jugadores blaugranas, entre muchas otras inversiones en sectores estratégicos de los países occidentales (el fondo de inversiones Qatari Diar compró el año pasado el hotel Vela de Barcelona por 200 millones de euros, tres adquirir el complejo de recreo y yates de lujo Marina Tarraco por 65 millones).
El actual emir, Tamin bin Hamad al-Zani, posee una fortuna personal calculada en 2.000 millones de euros y es cinco veces más rico que la reina de Inglaterra. La economía de Qatar es una de las más dinámicas y pujantes de Oriente Medio, también de las más oscurantistas, sin derechos democráticos. Cuenta con 2 millones de habitantes, de los que tan solo 250.000 tienen la nacionalidad qatarí y gozan de la renda per capita más alta del mundo. En su reducido territorio opera la principal base aérea norteamericana en la región del Golfo Pérsico. El emirato debe acoger el Campeonato del Mundo de Fútbol del año 2022.
Los gobernantes, la prensa y la opinión occidental están perfectamente al corriente del doble juego del emirato de Qatar (incluso en Catalunya se publicó por 15 € en Edicions de 1984 el documentado libro Qatar, el país més ric del món, de la periodista Món Sanromà Moncunill, que vivió allí de 2009 a 2011), pero los petrodólares del emirato archimillonario prevalecen por encima de las reiteradas cuestiones de conciencia o de simple control democrático.
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