En una ocasión preguntaron al escritor norteamericano Howard Phillips Lovecraft como había logrado en una de sus narraciones reproducir tan minuciosamente el ambiente de un barrio de París sin haber estado nunca. Contestó que, de hecho, sí había estado: “With Poe, in a dream”… Era una definición gràfica del atractivo mítico de la capital francesa. De las dos mayores metrópolis europeas (12 millones de habitantes cada una), Londres se quedó con la capitalidad financiera mediante la puesta al día de la City. A París le tocó otra especialidad más etérea: el lujo, el estilo, la cultura, el arte. Se mantuvo como capital europea del ramo desde la Belle Époque hasta cederlo a Nueva York tras la Segunda Guerra Mundial. Conserva el rastro en el imaginario internacional y lo renueva dentro de las posibilidades . Flâner, deambular por el centro de París sigue siendo una sucesión de escenarios fascinantes, sin embargo el París real, el de los 12 millones de habitantes que le dan
peso, ya no es solo el centro. Los veinte arrondissements del municipio estricto suman apenas 2,5 millones de residentes.
peso, ya no es solo el centro. Los veinte arrondissements del municipio estricto suman apenas 2,5 millones de residentes.
Las banlieues del extrarradio son otro mundo, que la République no ha sabido integrar ni ennoblecer. En el país de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y el Ciudadano y de la “Libertad, Igualdad, Fraternidad”, las banlieues de la capital son feas, sucias, hostiles. Crece en ellas el abismo de desigualdad que la democracia prometió reducir entre el centro y la periferia. El sistema no ha cumplido o se ha equivocado.
Los extranjeros de París ya no son los potentados de todo el mundo que acudían a solazarse o los artistas que respondían al reclamo de la Ciudad Luz. No son ni siquiera los turistas, aunque la capital francesa siga siendo una primera potencia al respecto (la más visitada del mundo, con 27 millones de turistas anuales). Hoy los extranjeros de París son la cantidad de inmigrantes de las vituperadas banlieues. En muchas ocasiones han nacido en ellas, son franceses de segunda o tercera generación que no han hallado la oportunidad económica y social de acomodarse, de diluirse.
La mitad como mínimo de los jóvenes de la banlieue no encuentran trabajo, el 66 % tiene títulos inferiores al bachillerato y la tercera parte de todos sus residentes viven por debajo del umbral de pobreza, situado en 900 euros al mes. A veces son musulmanes o subsaharianos, aunque atribuirlo a tal origen sería demasiado esquemático. En la republicana París se da una maciza segregación urbana y el racismo ronda con insistencia
El París real también es este, las barriadas periféricas poco ejemplares en materia de lujo, estilo, cultura y arte. La agresividad, la brusquedad y la mala educación destiñen en el centro de la ciudad, famosa por tener los camareros y taxistas más antipáticos (y más caros). Râler (refunfuñar) es hoy tan usual o más en París que flâner.
Son los dos polos desequilibrados de una gran y a veces maravillosa ciudad, tan auténtico el uno como el otro, aunque el polo de la banlieue es más extenso. Tal vez el verdadero París, el París del futuro, la Europa democrática del futuro, sean las banlieues. Quienes por deformación profesional no cultivamos la ficción y trabajamos con la observación y la descripción de la realidad, creemos atisbarlo.
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