Algunos colegas escriben en la prensa un artículo cada día o bien opinan en las tertulias con frecuencia cotidiana. Yo mismo en este blog me acerco peligrosamente al artículo diario. Publicar o opinar públicamente con tal cadencia debería estar prohibido por el código deontológico. No solo porque el ritmo del artículo cotidiano resulta feroz, sino por la dificultad de llenarlo de contenido con un mínimo de sustancia original cada día. Los medios de comunicación desean lucir a sus colaboradores más valorados, que pagan (no siempre) para eso, aunque lo que escriban o digan día tras día sea a veces de una vaguedad expeditiva. Una vez por semana se puede llegar a decir algo con sentido mínimamente elaborado, una vez al día no lo creo. Claro está que quienes publicamos con regularidad
tenemos trucos profesionales. Sabemos almacenar, como las hormigas previsora de la fábula, durante los mejores momentos algunos apuntes de reserva o escritos medio hilvanados, destinados a otros días con menos tiempo o inspiración disponible. Pero no dejan de ser trucos con el pie forzado.
tenemos trucos profesionales. Sabemos almacenar, como las hormigas previsora de la fábula, durante los mejores momentos algunos apuntes de reserva o escritos medio hilvanados, destinados a otros días con menos tiempo o inspiración disponible. Pero no dejan de ser trucos con el pie forzado.
Los primeros en saberlo somos los autores y, en segundo lugar, los propios lectores. Al menos los de paladar más avisado. El ingrediente más nocivo de la rutina es acostumbrarse.
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