Lo único que me impide estar enamorado de la actriz Diane Keaton es que solo me gustan los enamoramientos correspondidos. Los platónicos los dejo a la teórica exquisitez de la ficción, a la plastilina angelical de la fantasía. Si algún dia cambio de idea, la primera mujer que podría hacerme sucumbir a la mitomanía sería fécilmente ella. La acabo de ver en la última película estrenada aquí, Ático sin ascensor, y la fascinación de su trabajo actoral me ha durado del primer minuto al último. Diane Keaton, que confiesa 69 años en la vida real, coprotagoniza el film junto a otro
actor oscarizado, Morgan Freeman. Se trata de una exhibición del talento interpretativo de ambos, en una comedia romántica que se lo gasta todo en la pareja protagonista y deja en evidente segundo plano al guión, al director y al resto de ingredientes cinematográficos. La apuesta arroja un resultado magnífico, debe verse para paladear desde la butaca la labor de dos actorazos excepcionales.
actor oscarizado, Morgan Freeman. Se trata de una exhibición del talento interpretativo de ambos, en una comedia romántica que se lo gasta todo en la pareja protagonista y deja en evidente segundo plano al guión, al director y al resto de ingredientes cinematográficos. La apuesta arroja un resultado magnífico, debe verse para paladear desde la butaca la labor de dos actorazos excepcionales.
Morgan Freeman lo tiene más fácil, porque encarna al carácter sensato y puede circunscribir la esplendida actuación dentro de unos límites de moderación. En cambio Diane Keaton lleva la iniciativa y el papel la obliga a tomar más riesgos dramáticos, que resuelve con un dominio escénico admirable y una elegancia proverbial.
Ambientada en los barrios cotidianos de Nueva York, más concretamente en Brooklyn, no deja de recordar a la Annie Hall que le valió el Óscar. Con la diferencia de que han transcurrido cuarenta años desde aquella película de Woody Allen (¡cuarenta!) y ella sigue llenando la pantalla hoy de la misma forma, mediante una actuación que prevalece por encima de lo demás.
Posteriormente a Annie Hall, el recurso a esa capacidad de Diane Keaton ya se utilizó con el mismo resultado brillante el año 2003 en el film Something’s Gotta Give (Cuando menos te lo esperas). Pero en aquella ocasión formaba pareja con el talento histriónico de Jack Nicholson y eso ya no es tan fácil de compartir de modo equilibrado. Ahora Morgan Freeman se revela más señor, y le cede el paso.
A la salida de la sala de cine me preguntaba los motivos, los ingredientes, los enigmas de la fascinación que es capaz de ejercer Diane Keaton en determinados papeles protagonistas. Atribuirlo a su atractivo pese a la edad sería una torpeza indigna del buen criterio. Creo más bien que se debe a su elegancia para vestir las blusas camiseras. La blusa camisera es una prenda vestimentaria de potencial atómico, cuando se sabe llevar como lo hace ella.
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