París siempre ha tenido tendencia a tratar con una cierta imagen mítica, por no decir cultural, una de las miserias más persistentes de la humanidad como es la prostitución. Ahora le dedica una gran exposición en el Museo de Orsay. El vecino Louvre tiene la clientela asegurada (es el más visitado del mundo, 9,3 millones de entradas al año), pero el de Orsay se encuentra circunscrito al arte moderno y debe realizar más piruetas para que el público y por tanto el balance no decaigan. La fascinación de París como capital internacional se basó en la ausencia de puritanismo formal en la vida pública, gracias a la larga lucha anticlerical abierta por la Revolución y mantenida por el republicanismo. La frivolidad, la
galantería y libertinaje se democratizaron más abiertamente en la capital francesa, pasaron de modo más asumido de los nobles a la burguesía.
El despliegue de pinturas, fotografías y documentos alrededor de la figura de la prostituta no puede ocultar la incomodidad del relevo generacional que conoce el oficio más antiguo del mundo, poco beneficiado por la evolución de costumbres y la lucha de las mujeres por la igualdad. La exposición no deja de reconocerlo púdicamente en el título: “Esplendores y miserias. Imágenes de la prostitución (1850-1910)”.
Presenta algunos autènticos tesoros de la historia de la pintura, de una calidad altísima y una abundancia deslumbrante. Sin embargo al final del recorrido de las salas uno sale con la impresión inevitable de que la prostitución en París no es más artística, cultural ni chic que en La Junquera o en medio de la Ronda Sant Antoni barcelonesa. Algunas obras de arte se admiran a fuerza de prescindir del motivo al natural, del trasfondo del sujeto narrativo.
La exposición pone de relieve que prostitución ha habido siempre de clases diferentes, más concretamente de clases sociales diferentes, cada una con su grado de refinamiento aparente o de crudeza directa. A pesar de todo ponerse hoy a distinguir entre grisettes, lorettes, cocottes, mondaines o demi-mondaines resulta bastante superfluo. La prostitución, encubierta o frontal, refinada o sin refinar, es una forma de esclavitud que sobrevive en la actualidad como si nada. El arte puede embellecerlo hasta cierto punto, no mucho. No hay prostitución sublime.
Exponerlo con despliegue de calidad artística en el Museo de Orsay tan solo demuestra que se ha avanzado más contra el puritanismo que contra las formas cambiantes de explotación. El París de hoy ha exportado a la periferia la prostitución más “contaminante” y se ha reservado los “servicios de escort” para clientes adinerados. La magna exposición del Museo de Orsay se trasladará a partir de finales de enero a Amsterdam, otra que tal.
Lo proclama la inmortal canción de Jacques Brel: “Dans le port d'Amsterdam
y a des marins qui boivent et reboivent
et qui reboivent encore. Ils boivent à la santé
des putains d'Amsterdam,
de Hambourg ou d'ailleurs,
enfin ils boivent aux dames
qui leur donnent leur joli corps,
qui leur donnent leur vertu
pour une pièce en or. Et quand ils ont bien bu
se plantent le nez au ciel, se mouchent dans les étoiles
et ils pissent comme je pleure
sur les femmes infidèles…”.
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