Desde la carretera, el pueblo de Espolla (Alt Empordà) aparece claramente recortado contra el telón de fondo de la sierra de La Albera, como en una postal afortunada. Del perfil del pueblo sobresale, lógicamente, el campanario alto y vistoso. El telón de fondo oscuro y la cúpula rosada le dan desde ciertos ángulos de observación un aspecto fálico, al que algunos le suman el propio topónimo del municipio. A otros no se les ocurriría encontrarle o confesar tal aspecto, también es cierto. Sea como sea, el revestimiento externo del campanario de Espolla muta de tonalidad con el paso abrasivo del tiempo, tiende a agrisarse. De vez en cuando lo repintan, como acaban de hacer ahora a cargo del presupuesto del Obispado de Girona y
un 25% de donaciones del pueblo.
un 25% de donaciones del pueblo.
Retirado el andamio de los operarios, la hasta ahora agrisada torre cuadrada con arcadas de medio punto del campanario (levantada el siglo XIX en ladrillo rebozado sobre una base románica) ha reaparecido con una intensidad viva de color pajizo. Y la cúpula con la de carne roja, viva, sanguínea, latiente.
Las campanas del campanario restaurado redoblan, naturalmente. El alojamiento rural de la calle Vilars nro. 10 de Espolla avisa: “La casa se encuentra junto a la iglesia y el campanario toca los cuartos y las horas, tal y como es tradición en muchos pueblos del Empordà”.
A mi me gusta como ha quedado. No me desagradan los colores vivos, intensos, francos, que laten sin pudor exagerado. Y puestos en el campanario de Espolla, aun me desagradan menos.
Reconozco que el cambio súbito de tonalidad, en comparación con la progresiva negrura de los últimos años, sorprende la mirada. También me gusta que algunas cosas sorprendan la mirada, sin complejos. Ahora, cuando paso por ahí, remiro el campanario de Espolla con aun mayor interés que antes desde los distintos ángulos posibles, desde la pluralidad de puntos de vista de la realidad. Y diría que ahora late.
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