Los asistentes a los conciertos de la sala sinfónica de L’Auditori barcelonés observamos al fondo del escenario, desde su inauguración en 1999, una cavidad vacía de grandes proporciones. Es el espacio reservado a los tubos del órgano que no se ha construido nunca por cuestiones presupuestarias, a diferencia del papel otorgado a este rey de los instrumentos en cualquier otra sala de conciertos de música clásica. Constituye una ausencia reveladora del equivocado papel declinante concedido a la grandeza del instrumento de geología montuosa que en otras épocas jugó un papel central en la composición y ejecución de la música del
cielo, al ímpetu fabuloso de su prodigiosa variedad de tonos en la modulación del viento, expresada como una sed biológica de intensa emoción, de un resplandor severo, longevo y grave de la voluptuosidad musical, de l aquietamiento del espíritu, de la profunda y turbadora experiencia sensorial de la música que conmueve en su viaje interior.
cielo, al ímpetu fabuloso de su prodigiosa variedad de tonos en la modulación del viento, expresada como una sed biológica de intensa emoción, de un resplandor severo, longevo y grave de la voluptuosidad musical, de l aquietamiento del espíritu, de la profunda y turbadora experiencia sensorial de la música que conmueve en su viaje interior.
La sala grande de la Philarmonie de Paris, construida por el arquitecto Jean Nouvel e inaugurada en 2015, acaba de estrenar su órgano de 6.055 tubos, construido por la empresa austríaca Rieger. Sin salir de París, la sala de conciertos de la Maison de la Radio anuncia asimismo el de su nuevo órgano el próximo mes de mayo. También eso es un hecho revelador del papel que otras capitales reconocen a la actualidad del instrumento en todo tipo de estilos, del barroco hasta la música contemporánea, no solo como patrimonio del repertorio sacro.
Ahora actúa incluso un cotizado organista punk, el joven norteamericano Cameron Carpenter (en mayo de 2015 lo hizo en el Palau de la Música barcelonés), formado en la Julliard School y tildado del “Lang Lang del órgano”. En Barcelona declaró: “Este instrumento ha estado a la vanguardia tecnológica musical. Hasta la invención del teléfono fue la máquina más sofisticada creada por el hombre”.
Catalunya dispone de buenos constructores organeros (Blancafort en Collbató, Gerhard Grenzing en El Papiol, por ejemplo) y buenos instrumentistas de la especialidad. La mayoría de los 330 órganos contabilizados en Catalunya (a menudo en templos y catedrales, pero también en el Palau de la Música o en el Palau Nacional de Montjuïc) se deterioran por falta de uso continuado.
El organista Josep M. Escalona publicó en 2001 el estudio L’orgue a Catalunya. Història i actualitat, en el que enumeraba 337 y estudiaba los 24 más significativos. En 2004 la iglesia barcelonesa de Santa Gemma, en la calle Capitán Arenas, estrenó su órgano de 3.516 tubos con un concierto del organista Jordi Figueras que incluyó, naturalmente, obras de Johann Sebastian Bach.
En 2010 estrenó su nuevo órgano Blancafort la abadía de Montserrat, donde se celebra cada año un festival internacional de la especialidad. Dos años más tarde lo hacía el nuevo órgano de la abadía de Poblet, fabricado por la empresa suiza Metzler Orgelbau.
La actualidad del órgano, según dónde, va mucho más allá del repertorio convencional. Por el contrario, en otras partes solo es una cavidad vacía que guarda el secreto de sus horas doradas, particulares, trascendentes frente al mensaje plano y veloz del aturdimiento, la saturación y la trivialidad.
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