El otro día paseaba por las calles del pueblo de Cantallops (Alt Empordà) y me pareció que las campanas de la iglesia resonaban entre las fachadas de las casas con una sonoridad más estentórea que antes. Me extrañó y le busqué una explicación. De repente caí en la cuenta: ha cerrado la última tienda del pueblo, la Fina de Can Salellas ha colgado el delantal y se ha jubilado. El vacío que ha dejado resuena. Suministró durante un siglo los víveres básicos a los 300 habitantes y los visitantes de las segundas residencias. Cantallops
es un pueblo duplicado (hay otro con el mismo nombre en el Alt Penedès), pero ahora no tiene escuela ni colmado. Dispone, eso sí, de un hotel rural de lujo, dos casas de turismo rural, varios restaurantes y dos prestigiosas bodegas de elaboración de vino con servicios de enoturismo. Sin embargo, ni escuela (la cerraron en 1984) ni colmado.
es un pueblo duplicado (hay otro con el mismo nombre en el Alt Penedès), pero ahora no tiene escuela ni colmado. Dispone, eso sí, de un hotel rural de lujo, dos casas de turismo rural, varios restaurantes y dos prestigiosas bodegas de elaboración de vino con servicios de enoturismo. Sin embargo, ni escuela (la cerraron en 1984) ni colmado.
La tienda de comestibles fue la última ágora, el habitual lugar de encuentro espontáneo y cotidiano de los habitantes de estos pueblos. Todavía lo es en algunos municipios vecinos, como Ca l’Amparo en Rabós o Ca l’Aurora en Garriguella. No solo facilitan, en un antiguo y reducido espacio comercial, el pan, el diario, el tabaco, la verdura, la carne y los artículos de primera necesidad en general. Se convierten en auténtica Facultad de Sociología para tomar el pulso al día a día de cada pueblo, al estado de espíritu de la concurrencia, sobre todo en el capítulo especialmente indicativo de las mujeres.
Las pequeñas y polivalentes tiendas de comestibles de pueblo son un termómetro de lo que ahora denominan el ecosistema. Deberían ser declaradas Parque Natural Protegido y recibir tanta atención legislativa como el paisaje al que dan vida humana residente, de todo el año. Los pueblos pequeños no son una reserva india.
La jubilación sin relevo de la Fina de Can Salellas en Cantallops hace que las campanas suenen en las calles del lugar con un volumen exagerado, sin la vibración del matiz humano, de la vida terrena. Ahora los del pueblo tienen que ir a comprar a La Jonquera, que es una cosa muy distinta.
Los visitantes, en cambio, cada vez reúnen más atractivos promocionales a su disposición. El termómetro revela un cierto cambio climático. Las campanas de Cantallops también, por lo que respecta al modelo de sociedad.
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