13 feb 2016

En Sant Climent Sescebes siguen silbando las balas

En 1946 el ejército compró los primeros terrenos para campamentos de maniobras en el municipio ampurdanés de Sant Climent Sescebes, próximo a la frontera francesa. En 1964 amplió la compra hasta 15 km2, el 62 % del término municipal. El campamento se convirtió en Centro de Instrucción de Reclutas (CIR) nro. 9, con rotación de 3.000 jóvenes quintos del servicio militar obligatorio por períodos de tres meses. Sant Climent Sescebes se orientó al “negocio de los soldados”: alquiler de habitaciones, fondas, bares, tiendas, sala de cine. En cambio el ejército no pagaba impuestos municipales y el “pueblo de los militares” resultaba poco atractivo para el turismo de segundas residencias, tan generalizado en los pueblos vecinos. El
CIR cerró en 1986, la “mili” dejó de existir en 1997.
Las instalaciones holgadas del ejército en Sant Climent Sescebes han pasado a ser ocupadas por un centenar de soldados profesionales, que siguen haciendo ejercicios de entrenamiento con fuego de artillería. A veces no afinan el tiro y la metralla cae fuera del recinto militar, junto a las masías habitadas del término y los caminos transitados por caminantes y ciclistas
El pasado mes de noviembre las granadas de mortero impactaron a cien metros de la masía de Salomé Wimille, en el núcleo de Els Vilars del termino limítrofe de Espolla. Su perro escapó durante el bombardeo y apareció en un cuartel de Pamplona, del que procedían las tropas que realizaban las maniobras. 
El coronel de la base pidió disculpas y se comprometió a reducir el radio de alcance de los proyectiles, que abarca hasta Espolla y Cantallops. Algunos vecinos impulsan la campaña “Alto el foc a l’Albera” y piden que cierre la holgada base militar. 
En el censo del año 1900 Sant Climent Sescebes tenía 872 habitantes. En 1965 aumentó de forma engañosa hasta 2.579, porque los soldados del campamento que se empadronaban en el municipio podían salir cada día para ir a dormir a “casa”. Actualmente suma unos 500 habitantes. 
Antes del “negocio de los soldados” el pueblo se dedicaba al olivar y la viña, una viña de chorro grueso. La uva se vendía a las empresas vinificadoras por kilos, no por calidad. La situación ha cambiado completamente con las actuales bodegas Martí Fabra, Terra Remota y Can Torres. 
El olivar y la viña se complementaban con las labores del bosque y el contrabando propio de la proximidad de la frontera. Podía participar incluso el cura, según la leyenda recogida por Carles Fages de Climent en sus epigramas:

Més salau que Marlon Brando,
el rector de Sant Climent,
diu que fa contrabando,
molt catequístic. Amén.

Ahora los soldados ya no dan vida al pueblo, solo ametrallan el término municipal de vez en cuando. Otra de las secuelas supervivientes es el bar-restaurante La Parra, abierto en 1915. Permite desayunar unos callos memorables, orgullosamente sobrevividos a todos los bombardeos.

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