El pasado 31 de octubre publiqué en este blog el siguiente artículo, que celebro repetir:
Asistí a la presentación de la película Truman, del director Cesc Gay, que se estrena este fin de semana, y salí de la sala fascinado por varios motivos sumados. Algunos los podía intuir, otros para nada. La exhibición actoral de los protagonistas Ricardo Darín y Javier Cámara forma parte de los primeros, por la brillante trayectoria anterior y porque han recibido el premio ex aequo al mejor actor en el último Festival de San Sebastián. Daba asimismo por descontada la progresión de la carrera artística del director Cesc Gay des de sus primeros films Krampack, En la Ciudad o Una pistola en cada mano, favorecido por una envidiable estabilidad de los medios de producción de su obra. El dúo de guionistas que el director forma desde siempre junto a Tomàs Aragay ha dado pruebas sobradas de talento. Podía prever que el papel de un
perro bulldog como el llamado Truman se gane de entrada el corazón de los espectadores.
perro bulldog como el llamado Truman se gane de entrada el corazón de los espectadores.
En cambio me sorprendió el impacto de alta calidad de los papeles secundarios, a menudo reducidos a intervenciones muy cortas, casi como un cameo, empezando por la actriz argentina Dolores Fronzi (sensacional en la réplica de la cena con los dos protagonistas) y siguiendo por Elvira Mínguez, José Luis Gómez, Àlex Brendemühl, Eduard Fernàndez o Silvia Abascal, entre otros.
No hay papeles pequeños. “Truman” no es exactamente una “película coral” como las anteriores de Cesc Gay, pero la lista de actores secundarios no es nada secundària. Aportan un mèrito añadido al inmenso recital de los dos protagonistas y a la calidad del guión y la dirección.
Debe ser inevitable que el público llore en la butaca del cine con esta película, como yo. Sin embargo también comprobará, con una lágrima más o una menos, que muy de vez en cuando se dan motivos para llorar de satisfacción, de genuina emoción gratificada, de dolor natural, regenerador y triunfante ante una obra de arte acertada que retrata la vida y a nosotros mismos como el espejo stendhaliano esmerilado de nuevo, ahora y aquí.
No dejen de ir a ver “Truman” por ninguna excusa.
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