Los bares con actuaciones musicales en vivo son una estructura básica, indispensable en cualquier ciudad mínimamente dinámica. Representan muchas veces el humus, el vivero de la creatividad que se cuece en el subsuelo de los grandes escenarios. El Ayuntamiento de Barcelona parece querer dictar una cierta tregua en la larga y a menudo puntillosa batalla contra la falta de permisos en la que suelen vivir esos locales. Es un buen momento para reivindicar con claridad que un garaje con un mostrador para despachar birras, cuatro
sillas incómodas y unos altavoces que distorsionan el sonido como una freidora no es lo mismo que un bar musical, aunque a veces lo parezca. Formo parte del público militante de algunos bares musicales y a menudo me siento maltratado por la falta despreocupada de condiciones mínimas.
sillas incómodas y unos altavoces que distorsionan el sonido como una freidora no es lo mismo que un bar musical, aunque a veces lo parezca. Formo parte del público militante de algunos bares musicales y a menudo me siento maltratado por la falta despreocupada de condiciones mínimas.
Por el mismo precio de la entrada y la consumición, no lo admitiríamos en un libro que tuviese la tinta de las páginas borrosa, una sala de cine con la pantalla desenfocada o cualquier otro acto cultural que comenzase por sistema con sensible retraso sobre la hora anunciada. Algunos bares musicales se escudan en la dedicación que le echan, el carácter amateur o la buena voluntad con que sostienen la lucha con pocos medios. Son excusas que no aplican al precio que cobran ni a los términos que anuncian en la convocatoria para luego incumplirlos.
Los del público no solemos protestar porque acudimos con una simpatía previa consolidada. Eso no impide que veces dejamos de ir por cansancio o abandonamos un concierto en silencio y con aquella sensación de maltrato, de injusticia contra la base de la creatividad.
No se trata de sibaritismo ni de exigencias desproporcionadas. Al contrario, el mérito vital que reconocemos al circuito alternativo de los bares con música en vivo nos lleva a dolernos de verlo manoseado, menospreciado por los propios organizadores en algunos casos. La austeridad puede ser una virtud en estos locales, pero no debe equivaler a un recorte burdo y asentado de su calidad de acogida.
La calidad es sagrada, el patrón-oro de cualquier expresión artística, inclusive las más pequeñas. Los músicos acostumbran a saberlo y lo aplican para dar lo mejor de sí mismos en cualquier circunstancia. En cambio algunos responsables de los bares con música en vivo desafinan con mayor frecuencia, abusan de la buena disposición de los músicos y su público.
Los pequeños locales de música en vivo, sus artistas y sus clientes, son en cualquier ciudad viva un foco de creatividad, una red capilar de nuevos valores, no un templo del baratillo ni del público insensible.
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