La ciudad ibera de Ullastret tenía el siglo VI aC unos 6.000 habitantes. El actual municipio de Ullastret tiene 300. Ayer sábado los recorrí ambos y me pareció que no hay tanta diferencia entre el yacimiento arqueológico y las calles actuales, unidos íntimamente por un factor cohesionador: la extraordinaria belleza del paisaje en este sector del Baix Empordà. Llegué al recinto arqueológico antes de la hora de apertura. Lo aproveché para perderme durante un rato por los caminos de tierra de los alrededores, en plena calma de la mañana soñolienta. Desde el pie de la muralla ibera, la vista del pueblo de Llabià, alzado como de puntillas
en el horizonte, se me antojó salido directamente de un cuadro toscano de Piero della Francesca, poseído por un anhelo de sutileza, con los verdes, los azules y los amarillos recién renovados.
en el horizonte, se me antojó salido directamente de un cuadro toscano de Piero della Francesca, poseído por un anhelo de sutileza, con los verdes, los azules y los amarillos recién renovados.
Ullastret no es solamente el yacimiento ibero más extenso y excavado de Catalunya. Su recinto abierto al público también es uno de los mejores paseos del interior ampurdanés, uno de los mejores miradores de los colores vivos y palpitantes del llano en cualquiera de las cuatro estaciones del año. Tiempo atrás no estaba tan bien dispuesto, ahora es una sorpresa deambularlo. Volví ayer por el reclamo de su nuevo montaje audiovisual en 3D, que reconstruye para el público no especializado la realidad de hace tres milenios.
No soy un “nativo digital”, el lenguaje de las nuevas tecnologías no me admira per sí solo ni me deslumbra de forma incondicional. En cambio siempre he encontrado digno de aplauso que los grandes monumentos del pasado se pongan al día, que quieran hacerse atractivos para los visitantes de hoy, en especial los más jóvenes. La arqueología, las ruinas, no deben dar pena por definición, como pretendían los románticos melancólicos. Las ruinas necesitan muchos montajes audiovisuales en 3D como el de Ullastret.
Estoy seguro de que cuando los visitantes abandonan la sala de proyección y se encaran de nuevo con paisaje ampurdanés que rodea el yacimiento, pensarán como yo en la Toscana y en Piero della Francesca. O al menos entenderán que los iberos no eren unos salvajes en taparrabos, sino una civilización con lengua y escritura propias, desarrollo urbanístico y estructura política. Luego, seis siglos después, vinieron los romanos.
El handicap del yacimiento ibero de Ullastret en comparación con el grecorromano de Empúries, situado apenas a una veintena de kilómetros, siempre ha sido no disponer del Mediterráneo para besarle materialmente los pies. Ayer caí en la cuenta de que eso no es más que un viejo prejuicio, superado per la actual disposición del recinto.
Ullastret estaba rodeado de grandes lagunas y marismas inundadas, que hoy son campos de cultivo prodigiosamente trazados, de tonalidades cambiantes a lo largo del año. La acrópolis de Ullastret dispone a su alrededor de un ondulante Mediterráneo de tierra, en el que la belleza consituye una recompensa para quienes la trabajan y no un bien de consumo que basta con pagar .
Por cierto, se mantiene en actividad en el centro del pueblo actual el no menos histórico restaurante Ibèric, que abrieron en el lejano 1978 Tomàs Cateura y su esposa Pepita Gálvez. Ahora lo llevan los hijos, pero Tomàs sigue rondando por ahí, como los iberos.
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