24 dic 2016

Navidad: "La Madonna non si tocca!", aunque no sea del todo cierto

Cuando conocí a la Madonna del Parto --del parto bíblico que estos días conmemora el calendario de fiestas— todavía estaba allí donde Piero della Francesca la pintó en 1459: la capilla apartada de Santa Maria di Momentana, anexa al cementerio de las afueras de Monterchi, pueblo natal de su madre, a 30 km de Arezzo (Toscana). Era una de las pocas obras maestras del Renacimiento que se contemplaba sin aglomeraciones de público, incluso en solitario, en el modesto y a la vez majestuoso lugar original, entre campos labrados y chopos silenciosos, lejos de capitales, cortes y cenáculos. Se salvó de ser enviada al museo porque no fue redescubierta como obra de Piero della Francesca hasta 1889. En 1910 la pintura al fresco de la Madonna del Parto, de más de dos metros de alto por dos de ancho, fue separada de la pared y enmarcada en un soporte de yeso. En 1917 la capilla del cementerio de Monterchi se vio afectada por un
terremoto y el fresco se trasladó a la villa de Borgo San Sepolcro, desde donde regresó en procesión en 1922 al punto original.
Las autoridades locales defendieron el cuadro durante la Segunda Guerra Mundial mediante una pared falsa que lo ocultó. El ayuntamiento de Monterchi se negó en redondo en 1954 a cederlo para una exposición en Florencia. La consigna "La Madonna non si tocca!" se mantuvo desde entonces, incluso cuando el Metropolitan Museum de Nueva York ofreció millones para restaurar la capilla a cambio de poder exponer temporalmente el fresco en Estados Unidos. 
La capilla fue reformada con poca fortuna en 1956 para independizar su acceso de la puerta del cementerio. La construcción de la nueva entrada le hizo perder el eje original entre la puerta y la pintura situada en el ábside, ambos orientados a levante para recibir el primer rayo de sol, dentro de un juego de perspectiva muy típico de la cultura renacentista. 
Para reparar el apaño fue preciso retocar la ampliación del cementerio, resituar el camino y la escalera de acceso, eliminar la casa anexa de los guardas y expropiar algunos terrenos de alrededor. En Monterchi deseaban mantener el privilegio de tener el célebre fresco de Piero della Francesca en el lugar apartado donde lo pintó, no en un museo. 
Todo eso cambió en 1992. La pieza fue trasladada temporalmente por motivos de seguridad y restauración a una antigua escuela secundaria del centro urbano de Monterchi, un triste edificio de época mussoliniana convertido en museo de un solo cuadro. La temporalidad todavía dura. El impacto de la visita ha menguado ostensiblemente. 
La primera vez alquilé un coche en Florencia para llegar a la capilla de las afueras de Monterchi, hasta donde se desplazaba cada día un escaso, parsimonioso y devoto goteo de amantes del pintor. Nunca vi grupos organizados. Los visitantes eran estrictamente individuales, llevados por aquella libre elección sobre la que se sustentan las predilecciones más sólidas. 
El pueblo de Monterchi se encuentra fuera del eje de las capitales. La capilla del cementerio se encontraba fuera del eje sobre el que fue concebida. El fresco también se encontraba fuera del eje de su dimensión completa, ligeramente mutilado en los extremos a raíz de una de las primeras restauraciones. 
Todo eso revestía poca importancia frente al prodigio de la sonrisa plácida de la madonna grávida, una idealización inspirada por el amor de madre y el amor de hijo. El otro prodigio era el entorno geográfico que constituía la razón de ser de esta obra maestra, un entorno que congeniaba con ella y ahorraba el empacho de palacios y museos. 
El impacto no lo producía solamente la visión de la pintura. Se experimentaba igualmente a la salida, cuando el esforzado visitante de obras de arte se veía proyectado por una vez al paisaje casi intacto que la inspiró.
A menos de un kilómetro, sobre la ruta de retorno a Arezzo, vi a unas prostitutas en la cuneta de la carretera a la espera de clientes. Intenté asociar por contraste esa cruda imagen, que no se me ha borrado, a la de la pose de la Madonna del Parto. Me pareció que había tanta humanidad en la una como en la otra.

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