En la montaña del término de Cantallops aun queda un vestigio gigantesco del pavoroso incendio forestal que en julio de 1986 calcinó 30.000 hectáreas durante tres días y tres noches de tramontana en la raya de frontera de El Pertús y La Jonquera, en la sierra de la Albera. La vegetación se ha ido recuperando como ha podido, pero en medio del bosque permanece treinta años después la carcasa del avión francés que se estrelló mientras participaba en la extinción de las llamas, con un balance de cuatro tripulantes muertos. La chatarra no la quiere nadie. Se ha convertido en la “Ruta del avión” para senderistas, buscadores de setas, ciclistas de montaña y practicantes del juego de geobúsqueda con GPS, que se hacen la foto. El chirrido del timón de dirección, en la
cola del aparato, rompe el silencio del paraje boscoso los días de tramontana. Se distinguen claramente las alas, el tren de aterrizaje, una gran parte del fuselaje y el motor.
cola del aparato, rompe el silencio del paraje boscoso los días de tramontana. Se distinguen claramente las alas, el tren de aterrizaje, una gran parte del fuselaje y el motor.
Se trataba de un avión comercial DC-6 adaptado para la extinción de incendios, con el doble de capacidad que los 6.000 litros de agua de los Canadair. Despegó de la base de Marinhan, cerca de Marsella. Acababa de descargar sobre las llamas cuando sus propias dimensiones favorecieron que una súbita racha de viento frontal le desestabilizara e impidiera superar por pocos metros el Puig de les Canals, donde empotró el morro. Cinco minutos después de la colisión explotó el depósito de combustible. La deflagración se escuchó en kilómetros a la redonda, seguida por otras de origen desconocido (eran las reservas de explosivos del campo militar de Sant Climent Sescebes, que con la temperatura iban detonando).
En septiembre siguiente se colocó cerca del lugar del accidente una lápida en mármol jaspeado con el nombre de los cuatro tripulantes: el piloto Jean Pierre Davenat, el copiloto Jacques Ogier, el mecànico Roland Denard y el ayudante Jack Le Bel. Los primeros años acudían cada 19 de julio familiares y autoridades de ambos lados de la frontera. Ahora ya no tanto.
No es el único avión estrellado que se ha convertido en punto de atracción, en reclamo de excursiones familiares. Una gran proporción de los senderistas que transitan cerca de la masía de Font de Corts, en Santa Fe del Montseny, se dirigen al encuentro de los restos de la avioneta Mooneyque que se estrelló el 27 de marzo del año 2000, cuando viajaba del aeropuerto de Múrcia al de Perpiñán. El único ocupante, un piloto británico de 71 años, murió en el acto. La chatarra tampoco no la ha querido nadie.
Ni tan siquiera es un caso único en el Montseny. Cerca de cincuenta años después del accidente del avión charter inglés Havilland DH-106 Comet 4 de la compañía Dan Air, procedente de Manchester cargado de turistas británicos, que costó la vida a los 112 pasajeros y tripulantes la tarde nebulosa del 3 de julio de 1970 en la montaña de Les Agudes, las piezas que se encuentran esparcidas por los alrededores son cada vez más pequeñas. Pero todavía se encuentran, ya sean metálicas, de plástico, del cableado, de las luces o de les pertenencias de los viajeros.
Se estrelló en un bosque de fuerte pendiente de la finca Regàs, en el término de Arbúcies. Los equipos de salvamento tuvieron que descolgar de los árboles restos humanos en un radio de más de 300 metros. En cuanto a los restos materiales, solo recogieron los trozos más importantes.
Durante mi juventud los trozos que encontrábamos no eran tan pequeños. Constituían el atractivo quizás macabro de la excursión. Cada fragmento retorcido, calcinado o simplemente dislocado que localizábamos era como un libro abierto de aventuras. La tradición se mantiene, desgraciadamente.
La escritora Cristina Masanés acaba de dedicar en el último número de la revista semestral Alberes un excelente artículo al avión estrellado de Cantallops: “Que no lo retiren, al avión dormido de La Albera. Su presencia de hierro hendido tiene una extraña capacidad para congelar el tiempo. Aunque la vegetación avance, este gran animal de hierro impecablemente blanco da la impresión de que el accidente acaba de ocurrir”.
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