7 feb 2017

A veces pienso en Port Bou, los días de viento desatado

Los días de fuerte viento, como estos últimos, pienso en Port Bou. Es donde sopla de forma más brutal. Por eso el pueblo no había existido nunca, era una bahía deshabitada del término municipal de Colera. Lo inventó la ignorancia moderna de los ingenieros de ferrocarriles, en un lugar de tramontana especialmente acanalada. Los boletines meteorológicos suelen citar al observatorio de Port Bou para dar las velocidades del viento más tremendas. Este municipio fue un hecho contra natura. Nació con la línea férrea internacional del 1878 y habría muerto son su actual decadencia, si no fuese porque el turismo le alarga la agonía bajo perfusión. Todo ello no impide que me deje caer de vez en cuando y, mi manera, le quiera. Contiene un
equipamiento poco conocido que me lleva a peregrinar hasta ahí. Se trata de la Estación Meteorológica Automática (EMA), situada desde 1998 cerca del antiguo puesto aduanero del Coll dels Belitres, a 196 metros de altitud, en la montaña litoral fronteriza. Es la que registra los datos sobre vientos más poderosos de toda la Península Ibérica. También es cierto que se alza en un cerro encarado al viento, con velocidades superiores a las que soplan en la tierra baja. 
La EMA de Port Bou puede parecer sobre el terreno una instalación irrisoria, modestísima y sin ningún tipo de glamur. En cambio para mi es como un altar de la patria, el templo de un oráculo, un santuario civil, un punto de referencia nacional, tal vez hasta una estructura de Estado.
A raíz del episodio de viento del 24 de enero de 2009, volvió a marcar oficialmente una racha máxima de tramontana de 200,2 km/h. Pero no es necesario caer en truculencias. También estableció aquel mismo día que la velocidad media de la tramontana a lo largo de 30 minutos fue de 99,7 km/h. 
Port Bou tuvo su momento de gloria con la inauguración de la línea férrea internacional, cuando aquel nuevo método de transporte era utilizado por la alta burguesía que se trasladaba a París. También era utilizado por un importante volumen de mercancías, que ahora saturan y contaminan la autopista. 
La época dorada de los aduaneros y transitarios provocó que nacieran entre las nuevas familias de Port Bou futuras personalidades como el escultor y coleccionista de arte Frederic Marés (1893), la pintora Ángeles Santos Torroella (1911) y su hermano crítico de arte y poeta Rafael Santos Torroella (1914) o el catedrático de Economía y rector de la Universitat de Barcelona Fabián Estapé (1923). 
Posteriormente han nacido allí, de modo más esporádico, la novelista Maria Mercè Roca o el periodista Ramon Iglesias, autor de la frase reciente: “Port Bou ha seguido instalado en la recesión eterna, hasta la casi agónica extinción“ (Diari de Girona, 22-1-2017).
Estoy seguro de que también lo ama a su manera y piensa en Port Bou como yo los días de viento desatado.





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