La venerable colección Bernat Metge de traducciones de los clásicos grecolatinos al catalán, iniciada en 1922 bajo el mecenazgo de Francesc Cambó y mantenida hasta hoy por los descendientes, acaba de traspasar su fabuloso fondo de armario al grupo editorial Som (Cultura 03), con la participación de la Fundación Bancaria la Caixa, a fin dinamizar las ventas, que bastante falta le hace. El nuevo grupo propietario es el mismo de los sellos editoriales Ara y Amsterdam, y de la revista Sàpiens. Publicará cuatro novedades al año, las primeras la Metafísica de Aristóteles y les tragedias de Séneca. Los 417 títulos publicados en los últimos 94 años por la colección Bernat Metge la convierten en un auténtico monumento desde muchos puntos de vista, pero los monumentos también deben renovarse, y las traducciones más aun. Las obras maestras de los clásicos griegos y latinos lo son precisamente por su capacidad de atraer a nuevas generaciones de lectores. La colección Bernat Metge se vendía sobre todo por subscripción. Mi padre fue un de aquellos devotos subscriptores. Durante mi infancia vi llegar puntualmente a casa cada nuevo
volumen, que él alineaba cuidadosamente junto a los anteriores, sin casi ni abrirlo. La insolencia adolescente me llevó preguntarle más adelante cuándo pensaba leerlos, y me dijo que lo haría una vez jubilado. A su muerte, veinte años después de jubilarse, la larga colección de lomos ocres seguía intacta, con les páginas intonsas (sin cortar).
volumen, que él alineaba cuidadosamente junto a los anteriores, sin casi ni abrirlo. La insolencia adolescente me llevó preguntarle más adelante cuándo pensaba leerlos, y me dijo que lo haría una vez jubilado. A su muerte, veinte años después de jubilarse, la larga colección de lomos ocres seguía intacta, con les páginas intonsas (sin cortar).
El prestigio de los grandes clásicos, almidonados en las traducciones y encuadernaciones de la Bernat Metge, imponía demasiado. Representaban más un voluntarioso reconocimiento cultural que un placer de lectura. Si aquellos mismos títulos se hubiesen visto editados en formato de bolsillo y traducciones de lenguaje llano, habrían resultado mucho más accesibles al público en general, al lector no especializado.
El valor de un libro no se mide solamente por el prestigio social que se le atribuye. A menudo se mide más aun por las páginas arrugadas y cargadas de anotaciones, por la encuadernación desfallecida a lo largo de múltiples lecturas, incluso por alguna mancha de grasa sobrevenida por accidente sobre las frases impolutas del autor clásico. Un libro es un instrumento de uso, una herramienta práctica, no solo un relicario de las esencias.
La venerable colección Bernat Metge es basa en traducciones al catalán y ahí es donde tiene más camino para ampliar lectores. Somos un pequeño país que ha sido capaz de producir la traducción de la Odisea de Homero considerada entre las mejores del mundo por su riqueza filológica y, a la vez, entre las menos leíbles para el lector común.
Las traducciones de los dos grandes poemas homéricos, la Ilíada y la Odisea, han tenido mucha importancia en la formación de las demás literaturas. En prosa, la traducción más valorada de la Odisea al castellano es la de Luis Segalá Estalella, publicada en Barcelona en 1910. La primera traducción en verso al catalán se publicó en 1919 por Carles Riba, revisada en una nueva edición el 1948 y reeditada así desde entonces. Carles Riba utilizó un catalán literario de perfección pionera, pero que resulta con frecuencia incomprensible.
No he entendido nunca del todo la mejor traducción moderna de la Odisea, escrita precisamente en mi lengua. He tenido que refugiarme en versiones de otros idiomas que he coleccionado. La de Carles Riba me resulta abstrusa, no me sirve.
A veces me consuelo con palabras de personas que manifiestan un problema parecido ante la magna versión ribiana, ante las traducciones de los clásicos en general. Al recibir Miquel Dolç el Premio Nacional de Traducción por su versión de De la naturaleza, de Lucrecio, declaró: “Cada generación necesita una traducción. Los autores vivos por siempre necesitan revisiones constantes”.
Carme Serrallonga apuntó más aun: “Las traducciones del griego de Riba casi no se pueden leer. Su catalán es tan griego que apenas parece catalán”.
Carles Riba produjo una versión anormalmente rica en una lengua de lectores anormalmente pobres. El resultado es difícilmente inteligible (en 2015 apareció una nueva traducción de la Odisea por el profesor valenciano Joan Francesc Mira). He consultado a filólogos de confianza para que me ayuden a entrar en aquella traducción. Lo he intentado con reiteración, pero sigo sin encontrar la gracia a su versión de una obra fascinante. Necesito una traducción menos buena.
También es cierto que ocurre algo parecido en cualquier lengua. Cuando en 1985 se editó en francès una nueva traducción del Gorgias de Platón por Monique Canto, el miembro de la Academia Francesa Jeean Dutourd escribió en su reseña: "Los traductores de Platón se encuentran generalmente intimidados por la enorme estatura de este Zeus de la filosofía. De ahí derivan textos pesados, traducidos casi palabra por palabra, lo que provoca una lectura àrida para quienes no saben griego antiguo. Monique Canto ha logrado algo raro y meritorio: olvidar que veinticuatro siglos nos separan de Platón y traducirlo como si hubiera fallecido anteayer".
En la reseña de Le Monde sobre la misma traducción, Rogel-Pol Droit puso idéntico acento: "Los personajes, como en el original, tienen cada uno su tono y su estilo. Pero, sobre todo, hablan finalmente un francés vivo, próximo al nuestro, más fiel al griego que la lengua remilgada de los diccionarios académicos".
Esta es la gran oportunidad de los nuevos propietarios y nuevos traductores de la colección Bernat Metge para que, además de venerable, sea más leída.
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