La bacteria mortífera Xylella fastidiosa, procedente del continente americano, ha obligado a talar y quemar desde 2013 un millón de olivos en el sur de Italia, de modo que la producción anual de aceite de oliva ha caído un 38% en aquel país. La plaga ya ha sido detectada en Mallorca, donde por ahora se han talado 2.000 olivos y acebuches, de acuerdo con la normativa europea que obliga a quemar los árboles infectados y sus vecinos de cien metros a la redonda. Aun no hay ningún tratamiento fitosanitario conocido contra esta plaga, apodada el ebola de los olivos. Las calamitosas heladas de febrero de 1956 redujeron a la mitad la superficie de olivo en Catalunya, pero el cultivo fue
recuperando terreno lentamente. Hoy, de los 2,6 millones de hectáreas de olivos en el conjunto de España, 114.000 corresponden a Catalunya.
recuperando terreno lentamente. Hoy, de los 2,6 millones de hectáreas de olivos en el conjunto de España, 114.000 corresponden a Catalunya.
La helada de 1956 congeló la savia en el interior de los troncos centenarios, hasta resquebrajarlos y matar al árbol. Los olivos son resistentes y algunos van retoñaron gracias a la vida conservada por las raíces más hondas, en los terrenos de secano acostumbrados a una austera supervivencia.
La naturaleza se basa en morir y renacer, superar el efecto de las calamidades, jugar con la inmortalidad. Algunos olivos son viejos luchadores sobrevividos, resucitados. También por eso los vemos como un símbolo glorioso. Aunque muchos otros murieron.
Fueron replantados con el paso de los años y la evolución de la rentabilidad del aceite de oliva. Ahora vuelven a correr peligro y la amenaza apunta a uno de los árboles más simbólicos, más viejos y más bellos del Mediterráneo.
Me podría pasar horas contemplando algunos olivos, el tronco prodigiosamente trabajado por el tiempo y el plumero tornasolado de la copa, el ramo que forman las hojas dotadas de la habilidad de ofrecer todo el año el color gris plateado en el reverso y el verde oscuro más luciente en el anverso, agitadas caprichosamente por el viento. El célebre poema del canónigo mallorquín Miquel Costa i Llobera dice:
Mon cor estima un arbre més vell que l’olivera,
més poderós que el roure, més verd que el taronger...
Se refiere al pino de Formentor y tal vez se equivocó de árbol. Josep Pla, en les disquisiciones de su libro Les hores, no lo dudaba ni un instante: “Mon cor estima un arbre... y ese árbol es un olivo de uno u otro país mediterráneo –me da igual. El pino es un árbol demasiado triste, demasiado romántico, demasiado teatral. El olivo es un árbol claro, de cara directa, humano, variadísimo, sin complejos, normal. El gran poeta se equivocó de árbol. Da igual. El canónigo tenia que pagar tributo a su tiempo, que aun era tan romántico”.
Sea como fuere, ahora ha aparecido una nueva plaga. Amo a los olivos, que es como decir que sufro por los olivos.
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