Begur es un pueblo de colinas bruscamente asomadas al mar que forman, en el estremecimiento de su zambullida, algunas de las calas de roca más afortunadas de la Costa Brava: Sa Riera, Sa Tuna, Fornells, Aiguablava, Aiguafreda... La más alta de esas colinas es Puig Son Ric (325 m). Ayer subí en un acto expiatorio, acompañado por el autor del artículo “He regresado a Son Ric”, escrito el año 2003 en la revista begurense Es pedrís llarg. Se trata de uno de los miradores más emotivos del sentido melódico, del aura y el fulgor de este paisaje del mar y la cazuela de Begur. Ofrece una cosmovisión precisa, un burbujeo fervoroso del derecho innato a la belleza, que debería verse
reconocido en la Constitución, como lo está el derecho a un trabajo y una vivienda dignos.
reconocido en la Constitución, como lo está el derecho a un trabajo y una vivienda dignos.
La cumbre prácticamente urbana de Puig Son Ric brinda una vista circular del horizonte marino y terrestre. Ya sé que cada comarca posee su balcón privilegiado, desde el que los autóctonos sienten la vibración de las raíces y el fundamento del sentimiento de pertenencia. Pero yo ayer subí concretamente a Puig Son Ric con el autor del artículo “He regresado a Son Ric”, el amigo Josep M. Fullola Pericot.
En realidad aquel artículo lamentaba el hecho de no haber podido regresar, ya que la instalación de un radiofaro de servicio aeronáutico ha impuesto una zona de seguridad de 300 metros de radio que impide el acceso público a la cima por excelencia de Begur, conjuntamente con la del castillo.
“Quiero regresaar a Son Ric –decía con precisión el autor del artículo-- y desde su incomparable mirador abrazar mediante una única mirada casi toda la Costa Brava, desde el cabo de Creus hasta Sant Feliu de Guíxols, con el cabo Norfeu, Roses, las Medes y L’Estartit, la boca del Ter, Aiguablava y las recortadas costas que van hasta Sant Telm; y por el norte otear nuestro mítico y gigante Canigó, el redondo perfil del Paní junto a los dientes de sierra de Sant Salvador, el suave y armonioso “obispo” del Montgrí, la Roca Maura y la Torre Moratxa, tan distintas y tan juntas sobre L’Estartit, la punta de la Mare de Déu del Mont, el diente afilado del Far, el blanco de la ermita dels Àngels y el bravo y lejano Montseny”.
Ayer tampoco lo logramos. El paso sigue prohibido, igual como algunos derechos contitucionales se ven infringidos con frecuencia. Rodeamos el cerro por las calles circundantes. Nos maravillamos una vez más de la atalaya que ofrece y nos escandalizamos de nuevo ante el poco esfuerzo que costaría proteger la instalaciones radioeléctricas sin impedir el acceso. Es una cuestión de estima del paisaje y por consiguiente de autoestima.
Mi amigo y yo, compungidos, acompañados ayer por el cálido aire de garbí que ayer soplaba, nos dirigimos a continuación al otro mirador begurense, al castillo. Su vista es menos circular, menos abierta que en la cima prohibida de Puig Son Ric.
De bajada nos fuimos a comer, para consolarnos, a la terraza de Can Garreta en la playa de Aiguablava. Actualmente ostenta otro nombre comercial, pero sigue siendo la histórica terraza de Can Garreta. En esta vieja ágora begurense, a la orilla del mar, de momento no han prohibido el paso.
Mi amigo y yo, compungidos, acompañados ayer por el cálido aire de garbí que ayer soplaba, nos dirigimos a continuación al otro mirador begurense, al castillo. Su vista es menos circular, menos abierta que en la cima prohibida de Puig Son Ric.
De bajada nos fuimos a comer, para consolarnos, a la terraza de Can Garreta en la playa de Aiguablava. Actualmente ostenta otro nombre comercial, pero sigue siendo la histórica terraza de Can Garreta. En esta vieja ágora begurense, a la orilla del mar, de momento no han prohibido el paso.
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