La joven periodista madrileña Sonsoles Ónega acaba de ganar el premio de novela Fernando Lara, de editorial Planeta, con una historia de amor basada en la vida real del coronel Frederic Escofet y su segunda mujer Carmen Trilla Cabeza (en la foto). Ambientada en la Guerra Civil, la novela retrata a una mujer libre que se atreve a divorciarse y abandonar a los hijos para seguir a su amado hacia el exilio en Bélgica, donde hallará la muerte en un bombardeo alemán. La novela Después del amor todo son palabras se publicará a finales de este mes de junio. Desde el primer día me gustó el proyecto de Sonsoles Ónega. Le proporcioné toda la
documentación inédita que poseía sobre aquella historia, silenciada en mi biografía del año 1979 Frederic Escofet, l'últim exiliat, a petición del protagonista para no incomodar a su primera mujer.
documentación inédita que poseía sobre aquella historia, silenciada en mi biografía del año 1979 Frederic Escofet, l'últim exiliat, a petición del protagonista para no incomodar a su primera mujer.
Cuando en 2013 doné al Servicio Histórico del Cuerpo de Mossos d’Esquadra documentos que me legó en Bruselas su responsable durante la República y la guerra, escribí que el perfil oficial del coronel Escofet no debería ocultar al otro. Honrar su ejemplo no se podía limitar al perfil oficial. Y conté la historia con Carmen. Aquel artículo hizo que Sonsoles Ónega se pusiera en contacto conmigo.
Escofet nunca desveló públicamente que el camino del exilio lo emprendió con la segunda mujer, hacia quien profesaba un amor apasionado y casi clandestino. Me habló de ella largamente, me dictó unas memorias privadas para que aquella historia de amor no se perdiese. No se ha perdido.
Los jóvenes catalanes residentes en Bruselas conocíamos al coronel Escofet como el tendero del establecimiento Costa Brava. Vins et Specialités d’Espagne, de la Rue Lebeau nro. 65, junto a la céntrica plaza del Petit Sablon. Sabíamos que el viejo militar exiliado era capaz de explicar inacabables batallas a quien franquease la puerta de la tienda, más aun si conseguía llevarle hasta la trastienda convertida en saloncito de visitas.
En la trastienda, la repisa de la chimenea se veía presidida por la foto de una señora muy atractiva, hacia quien manifestaba en privado una gran fidelidad. Era Carmen Trilla Cabeza, casada con un médico barcelonés y madre de tres hijos al iniciar el idilio extraconyugal con Escofet.
El marido se enteró de la relación. Escofet le pidió una entrevista para reconocer los hechos y comunicarle que marchaba al frente con toda la intención de hacerse matar dignamente, como única salida a la situación.
Herido en el frente, Carmen se instaló a su lado con el nombre de señora Escofet, en vísperas de la Navidad de 1937 en el Hospital Militar de Barcelona, para no separarse más. El marido tramitó el divorcio. Ella pidió a Escofet que no hiciese lo mismo.
No dudó en seguirle en el momento del éxodo. En Francia, Carmen hizo las gestiones para sacarle del campo de concentración de Argelés, en que fue internado junto con la columna de Mossos que comandaba. Se desplazaron a un hotel de París. El padre de Escofet les localizó y ayudó a instalarse en Bruselas.
En 1940 la invasión alemana obligó la pareja a huir de nuevo. Camino de la frontera franco-belga, Carmen resultó herida en la cabeza por un bombardeo alemán. Murió en junio de 1946, tras una larga agonía, en el hospital de Bruselas.
Me decía Escofet que la única mentira de su vida consistió en afirmar que era su esposa, a fin de satisfacer los trámites necesarios. Más de treinta años después me repetía: "Lo primero que haré el día que pueda regresar a Barcelona será ir a la tumba de Carmen".
Giraba la mirada, húmeda, hacia la foto que presidía la repisa de la chimenea, en la trastienda de la Rue Lebeau. Todavía alcanzó a vivir con la misma pasión un último episodio inesperado del gran amor, al recibir en Bruselas la visita de una de las hijas de Carmen, con quien estableció una afectuosa amistad.
Ahora aparece la novela de aquella historia, escrita por la joven periodista Sonsoles Ónega. Estoy seguro de que al coronel Escofet se le humedecerían de nuevo los ojos, de felicidad rehabilitada.
Muy impresionada con la historia...
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