Salir a caminar también puede constituir una forma de mirar adentro, tal como recuerda Toni Montesinos en su reciente biografía sobre Henry David Thoreau titulada El triunfo de los principios. Cómo vivir con Thoreau. El anarquista y filósofo estadounidense fue un precursor del ecologismo político frente a la idea de progreso inculcada por industrialización, con libros como Caminar y Walden o la vida en los bosques. El próximo 12 de julio se cumple el centenario de su nacimiento y se multiplican las reediciones. Se han publicado libros de toda clase sobre el noble arte de caminar, desde el clásico de Thoreau hasta el más reciente Caminar para ser feliz, de Lluís Garrofé y Josep R. Ribé. Cualquier actividad es susceptible de ser escrita, como sucedáneo
evocativo de ser caminada y vivida.
evocativo de ser caminada y vivida.
A menudo salgo a caminar a paso rumboso sin objetivo preciso, justo para escucharme pensar de todo y de nada al rescoldo de las dudas metódicas y las perplejidades asiduas sobre las martingalas del destino. Con la caminata no pretendo más que agarrar un rato por el pescuezo al verdugo del paso del tiempo, oponer resistencia a la modorra, levantar el trasero de la silla y los ojos de la pantalla del ordenador.
El ejercicio físico es una excusa inocente, una concesión higiénica al umbral autorizado de colesterol malo. El hábito de escribir significa dejar de tocar con los pies en el suelo durante muchas horas, castigar el culo y los ojos a cambio de una volátil pretensión puramente literaria.
Durante esas caminatas procuro no adentrarme en cuestiones fundamentales sobre el carácter y la estructura de la realidad. Mis limitadas verdades abarcan un horizonte suficientemente amplio sin necesidad de poseerlo por completo.
No suelo prestar mucha atención a las pompas de la actualidad. Más bien curioseo alrededor de la lógica informulable de los sueños, polemizo de paso conmigo mismo sobre algunas ciencias específicas, parloteo en silencio sobre la comprensión emotiva de la experiencia y las distintas formas de mirar la sensualidad de la línea curva.
La filosofía no es más que una emulsión desvirtuada de estas caminatas, una réplica incierta de las hipótesis verificadas con los pies. La poesía no es otra cosa que el estilo conmemorativo destilado por esos pasos.
Las cosas no siempre tienen un argumento coherente, a pesar de todo la erosión del paso del tiempo no nos hace desear menos la vida. Pronto dejo correr el debate interior, abandono los silogismos sobre el rendimiento improbable de la razón y retorno al pálpito de la realidad en el mismo momento de ver emerger cualquier línea curva interesante.
Desde el libro de cabecera que sigue siendo Les rêveries du promeneur solitaire (Los ensueños del paseante solitario), de Jean-Jacques Rousseau, la filosofía derivada del hecho de caminar ha conocido una moda incesante. Produce novedades editoriales sin freno.
Por mi lado, solo pretendo palpar con los pies la pequeña parte de la armonía de las esferas que soy capaz de percibir. (Foto Marta Pons)
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