La monumental escalinata Daru del museo del Louvre es la perspectiva majestuosa que enmarca la escultura griega de grandes dimensiones de la Victoria de Samotracia, colocada en el centro del luminoso rellano superior. Ese rellano hormiguea de visitantes a todas horas, en tupida agitación. En el Louvre dejan hacer fotos, de modo que cada visitante desea obtener el mejor ángulo de su acompañante a los pies de la célebre pieza. Genera un baile de codos, piernas y brazos que los vigilantes del museo ya tienen por acostumbrado y se saben incapaces de evitar. Me gusta mucho remirar cada vez durante largo rato la Victoria de Samotracia, aunque no me gustan las aglomeraciones. He encontrado la solución, con un poco de perseverancia. En los laterales de la escalinata Daru, al otro extremo del rellano presidido por la Victoria de Samotracia, han colocado un modesto y delicioso banquito para sentarse, bajo la hornacina que alberga la escultura romana de la diosa Hera, esposa de Zeus, conocida como Hera Campana por proceder de la antigua colección de
Giampietro Campana.
Giampietro Campana.
Es mi punto predilecto de observación. Permite una visión fantástica y descansada sobre el hormigueo humano a los pies de la de Samotracia.
La escalinata Daru fue construida con sus 44 peldaños en 1855 y coronada con la colocación de la Victoria de Samotracia en 1883. La escultura en mármol blanco de Paros tiene 5,57 m de altura y pesa 9 toneladas. Realizada alrededor del año 190 aC, representa la diosa griega de la victoria Niké con las alas desplegadas, vestida con túnica drapeada de pliegues y alzada con el pecho orgulloso en la proa de una nave pétrea. La figura se encuentra descabezada y sin brazos, pero es la reina del Louvre, con permiso de la Venus de Milo y la Gioconda.
La descubrió en 1863, hecha añicos entre las ruinas de un santuario de la pequeña isla griega de Samotracia, el cónsul francés Charles Champoiseau, quien se apresuró a enviarla a París con permiso del ocupante turco. La superficie del mármol fue restaurada de nuevo en 2013. Al lanzar la campaña de financiación de la restauración, el embajador griego en París se declaró dispuesta a pagarla si devolvían la pieza.
Cada vez que la remiro desde mi sencillo y acogedor banquito, recuerdo la más bella historia de todas sobre la pieza. La contó María Kodama. Ya viuda de Jorge Luis Borges, dijo: “En una ocasión le pregunté a mi padre qué era la belleza. Me regaló un libro de reproducciones de esculturas griegas y me mostró la Victoria de Samotracia. ‘Pero no tiene cabeza’, le dije. Mi padre me contestó: ‘Quién dijo que la belleza sea una cabeza, una cara. La belleza es otra cosa’. Fue la primera lección de estética que recibí: ‘Mira los pliegues de la túnica: detener los movimientos de la brisa con la túnica para la eternidad, eso es la belleza’. Se lo conté a Borges y los dos lloramos al contemplar la Victoria de Samotracia en lo alto de la escalinata del Louvre”.
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