13 sept 2017

La Gascuña, siempre a medio camino entre la belleza y su utilidad

Uno de los paisajes más bellos que pueden descubrirse en los repliegues de la Europa latina cuando se sale de los grandes ejes son las carreteras interiores que recorren la Gascuña hasta Burdeos. Escrupulosamente pulidas, más que mantenerlas parece que las barren y las lustran. El coche desfila por ellas con aire de carroza. La misma sensación desprende el conjunto del paisaje, labrado hasta peinarlo. Es uno de los escenarios míticos de la Francia rural, marginado del desarrollo económico durante siglos y ahora hipertrofiado de prestigio, como el hígado engordado a la fuerza de sus célebres patos y ocas. Es la tierra del
armañac, de D'Artagnan y de Cyrano. Las alabanzas gasconas se suelen conjugar en pretérito: demasiada historia, demasiada belleza desmentida por la emigración.
La llanura abrazada a un lado por el Pirineo y al otro por el río Garona está toda construída de colinas y hondonadas, miradores y cobijos en alternancia constante entre la pretensión de dominio panorámico y el recogimiento de la concreción. Los horizontes se superponen en estrecha sucesión, sin ceder a la veleidad de infinito.
Eso solo se produce en las tierras que mesuran con conocimiento de causa la dificultad de ser trabajadas y vividas a escala de lo más vulgar, como es la vida cotidiana de la gente del lugar cuya belleza natural no lo facilita todo. Los campesinos gascones se han podido poner al día in extremis gracias a la moda post-industrial de la ruralidad suntuaria, las residencias secundarias y el turismo rural. 
La Gascuña ha extraído una imagen rentable de unos personajes literarios de Dumas y Rostand, de un aguardiente y de una glándula de palmípedo de corral. Su nombre evoca la exuberancia rural y a la vez la despoblación. Ahora también evoca las delicias del retorno a la tierra como recreo. El provincianismo al que se vio condenada se ha convertido en atractivo. Es preciso leer el libro colectivo de los profesores de la Universidad de Burdeos titulado La Gascogne: pays, nation, region y celebrar que algunas cosas tan antiguas intenten ser reformuladas en futuro. 
Los gascones tomaron el nombre de las poblaciones pirenaicas pre-romanas de los vascones. El habla gascona es una rama del occitano, como el aranés es una variante del gascón. La Gascuña constituía un próspero ducado, equidistante y aliado de Aquitania o de Toulouse, siempre tributario de la situación enclavada a medio camino entre el Atlántico y el Mediterráneo, del papel de punto de choque entre la humedad atlántica y el secano, del olivo y el regadío. 
La absorción por la corona francesa dejó a la Gascuña sin empuje, igual que al conjunto del gran sur del país de las supuestas "fronteras naturales". Los grandes ejes dejaron de pasar por aquí. La Gascuña se había nutrido del carácter de mosaico de ricas sociedades locales y esa pauta dejó de regir en el momento de los unitarismos de Estado. 
La división regional francesa hizo desaparecer el nombre de Gascuña como demarcación administrativa. Quedó tan solo como resonancia histórica y, sobre todo, como nuevo cliché provinciano de les "gasconadas", caricaturas pastadas con el mismo material que las "pagnoladas" marsellesas. 
Actualmente el territorio de Gascuña se encuentra fragmentado en nueve departamentos y dividido entre dos regiones: Aquitania (Burdeos) y Occitania (Toulouse). La capital histórica es Auch, cabecera del departamento del Gers, uno de los más rurales y despoblados de Francia, en el que se cuentan 462 municipios que en poquísimos casos superan el millar de censados. 
La Gascuña y el Gers en particular han sido redescubiertos por la sociedad del entretenimiento que echa de menos algunos elementos de la tierra y busca esos viejos enclaves de belleza natural y "buena vida": los lánguidos lomos de las colinas que se acuestan entre el Pirineo y el Garona, el armañac, el foie-gras...
Una parte de esa imagen está cebada con la misma crueldad que la finura del hígado de pato. La otra parte la he sentido palpitar en Lectoure, en Barran, en Flaran, en Condom, en Miranda, en Eauze, en Vic-Fesenzac con el latido de la entraña más humana cuando se debate por conjugar en futuro la utilidad de la belleza.

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