A lo largo de los años he comido en distintas ocasiones con Montserrat Catalán, directora del Archivo Tarradellas del monasterio de Poblet, en las mesas de la vecina Fonda dels Àngels de Montblanc, en el corazón de la villa vieja medieval. Siempre tuve la sensación de que la directora del Archivo Tarradellas y las mesas de la Fonda dels Àngels eran tan importantes –o más-- que el monasterio de Poblet. Sin embargo ayer fue diferente. Montserrat Catalán y yo estamos ahora jubilados de las tareas anteriores y ayer acudimos a comer a la Fonda dels Àngels por el placer de hacerlo, solo por eso. Este placer también me parece tan importante –o más— que el monasterio de Poblet. Echábamos de menos a Teresa y su marido Pau
en la cocina, las hijas Margarida, Maite y Montse sirviendo las mesas, la sopa de galets con carn d’olla, la sepia estofada, el mejor conejo con sanfaina y caracoles del país, las patatas fritas caseras cortadas finas, el legendario allioli de Montse...
La casa dispone de huerta propia y se hace el pan. El vino en porrón es de la Conca (la villa de Montblanc ostenta la capital de la comarca vinícola de la Conca de Barberà). La familia Sanahuja Capdevila lleva ya un siglo regentando el próspero negocio.
La Fonda dels Àngels tiene por fuera un aspecto catedralicio, incluidas las ventanas góticas geminadas con arcos ogivales. La leyenda dice que en el siglo XIII fue la sinagoga de la aljama de los judíos, hasta que los expulsaron. La casa ha sido restaurada en varias ocasiones, la última en 2007.
Por dentro, en cambio, los espacios de las salas de comedor son pequeños, angostos, acogedores. Los manteles aun son de cuadros rojiblancos, como un estandarte que proclama un tipo de cocina de alta calidad popular, generalmente asediado por las nuevas modas en los cuatro puntos cardinales del orbe.
Las paredes de la Fonda dels Àngels exudan tradición puesta al día, la segregan como una prueba de aquella alta calidad desvalorada, la enaltecen sin discusión plato tras plato, comida tras comida. Pero las paredes no lo son todo, ni siquiera el contenido del plato. El gobierno familiar del establecimiento y el relevo generacional le ponen una calidez genealógica, una estabilidad palpable, una fidelidad planteada como privilegio.
También es cierto –lo reconozco-- que ir a comer a la Fonda dels Àngels con Montserrat Catalán significa jugar con un as en la manga. Dirigió el Archivo Tarradellas del monasterio de Poblet durante 35 años y solía venir a comer aquí. Es como de la familia, conoce estos parajes humanos por arriba y por debajo, en la versión oficial y en la otra. Ha invertido en ello un esfuerzo cotidiano de largo recorrido, una estima sin precio, una perseverancia de piedra con mucha informática añadida.
No paramos de charlar, por el placer. Ayer, a diferencia de los años anteriores, a la salida de la Fonda dels Àngels no necesitamos pasar por Poblet. Y de regreso hasta reconocimos sin ningún recato que nos gustan las canciones de Joaquín Sabina.
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