No hacer el ridículo es una tarea esforzada a lo largo de toda la vida, tan solo compensada por el sentimiento de coherencia consigo mismo. La medida del sentido del ridículo varía mucho según cada persona. También es cierto que vivimos en la sociedad del espectáculo, la cual fomenta el carácter mediático y la exhibición de cualquier cosa, al margen de su contenido real. El sentido del ridículo constituye el arte personal de combinar el grado de exhibición con aquello que se tiene por decir o no. Por eso el sentido del ridículo no deja de ser la forma más civilizada y por consiguiente más soportable de coquetería. En las actuales
circunstancias, resulta comprensible que uno de los cerebros políticos mejor estructurados de este país se prodigue –o le prodiguen— tan poco. Sin embargo hete aquí que Josep M. Bricall acaba de publicar uno de los libros que me ha interesado más de los últimos tiempos, las memorias tituladas Una cierta distancia (RBA). Se hablará de ellas.
circunstancias, resulta comprensible que uno de los cerebros políticos mejor estructurados de este país se prodigue –o le prodiguen— tan poco. Sin embargo hete aquí que Josep M. Bricall acaba de publicar uno de los libros que me ha interesado más de los últimos tiempos, las memorias tituladas Una cierta distancia (RBA). Se hablará de ellas.
El autor tuvo la amabilidad de darme a leer el manuscrito. La lectura me dejó asombrado. Se lo resumí en dos sencillas observaciones: que lo publicase sin vacilar y, en segundo lugar, que el libro tenía el enorme mérito de argumentar de forma clara y razonada cada episodio vivido.
Ha dejado un capítulo en el tintero: la vida familiar. Su estilo compondría también en este terreno un trabajo de orfebre, si venciera el pudor, lo cual debe tener relación con el sentido del ridículo.
Yo, por mi oficio, no puedo practicar el mismo pudor que él. Además, debo ceñirme a la capacidad de síntesis.
En una ocasión publiqué en el diario lo siguiente, sin saber cómo se lo tomaría: “En los parlamentos del concurrido homenaje que la Universitat de Barcelona ha dedicado en el paraninfo al exrector Josep M. Bricall con motivo de su 70 aniversario, he echado en falta que se reconociera un aspecto de su vida que él valora especialmente, pese a detestar la expresión pública de cuestiones que considera privadas. Bricall mantiene ferozmente la independencia personal, aunque tengo comprobado que admite con franqueza el papel en todo lo que ha hecho de su esposa Maria Heras, una de las mujeres más agradables e inteligentes que conozco. A raíz de cualquier invitación hecha al profesor Bricall, la pregunta añadida ha sido ritual: ‘Vendrás con Maria, ¿no es cierto?’. Aparentemente es una pregunta de trámite, sin embargo la respuesta siempre ha condicionado las expectativas del encuentro. Su franqueza en reconocerlo le honora” (El Periódico, 23-7-2007).
En las actuales circunstancias, la lectura de las memorias de Josep M. Bricall ofrece un placer auténticamente voluptuoso, lo aseguro.
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