28 dic 2017

Poner nombre a las tramontanas más fuertes no parece necesario

Las agencias meteorológicas estatales de España, Francia y Portugal han decidido que a partir de ahora las borrascas atlánticas que se acerquen a la categoría de ciclón llevarán un nombre propio cada una, alternativamente femenino o masculino, como las recientes “Ana” y "Bruno" en el Cantábrico, con vientos de hasta 140 km/h. En el Mediterráneo la nueva disposición no se aplicará, por considerar que raramente los temporales de viento y oleaje alcanzan aquí los niveles atlánticos. El Atlántico és un océano, el Mediterráneo un mar. Las tramontanas, los levantes o los ponientes com el de ayer aquí se seguirán llamando oficialmente ciclogénesis explosivas, que también son ganas de ponerse histriónicos. La leyenda alrededor de
la furia de la tramontana se ha visto muy hinchada. Se le siguen atribuyendo envestidas, excesos, histerismos e iniquidades muy cargadas de tintas, como expuse en mi reciuente libro Elogi i refutació de la tramuntana.
Sería como estigmatizar a la lluvia porque algunas veces en algunos lugares provoca inundaciones o repudiar el sol porque puede llegar a causar sequías. Constituiría una manipulación grosera de los conceptos básicos y los equilibrios sobre los que vivimos.
Aquí los temporales causantes de destrozos, como el del día de Sant Esteve de 2008, son tradicionalmente de viento de levante, no de tramontana. Fue poniente y no tramontana el vendaval del 24 de enero de 2009, que por primera vez registró velocidades insólitas de 130 km/h en la propia Barcelona y provocó la muerte de cuatro niños en el interior de un polideportivo a Sant Boi de Llobregat, al arrancar el tejado y caer sobre ellos. El episodio fue denominado “tempestad ciclónica atípica” por el Consorcio de Compensación de Seguros. 
Sin embargo al catastrofismo del alma humana le gusta pensar que la tramontana es un fenómeno de crónica negra, truculento, energuménico, sensacionalista, atormentado. No es cierto. 
La inmensa mayoría de los días en que este viento se manifiesta no tiene nada de extremo. Considerar a la tramontana en su justa dimensión como un hecho atmosférico benefactor por muchos motivos debe parecer anodino, sin mordiente, normal y por lo tanto intrascendente. 
La nobleza de la tramontana requiere ser mirada con un mínimo de juicio, de amor por la verdad y por la coexistencia pacífica entre la pluralidad de gustos. La tramontana más frecuente es en realidad la tramuntaneta. Carles Fages de Climent lo retrató perfectamente a en su “Oda petita a la tramuntaneta”:

També es mereix l’honor d’una odaleta
el vent agut, subtil i delicat
que arrissa l’ordi, fa la clenxa al blat,
cull un clavell o un pensament morat
i, per fer llavi, toca la trompeta.
El millor vent és la tramuntaneta.





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