Ayer era 22 de febrero. Por lo tanto se cumplían 77 años de la muerte de Antonio Machado en una pensión de Collioure, después de tan solo veintiséis días de llegar al exilio. Fuimos a recordarle ante su tumba. Ahora se cubre cómodamente en coche un paso de frontera que los exiliados republicanos, en pleno invierno de 1939, tuvieron que recorrer a pie como un calvario. La actual sepultura del poeta, a la entrada del recinto, fue sufragada por suscripción popular en Francia. Se ha convertido en un símbolo del exilio republicano. También por eso han fracasado los intentos de repatriar los restos. En mi libro Els últims dies de Machado, publicado en 2013, relaté el camino del destierro y su posteridad en Collioure. He acudido en
muchas ocasiones a la tumba de Machado en el cementerio viejo de la localidad. Nunca le he encontrado solo, sin visitantes cotidianos que acuden por el mismo motivo que mis amigos y yo. Regreso con frecuencia porque, cada vez más, creo que no aplastaron del todo los ideales de su época y que se parecen mucho a los de hoy.
Murió el poeta lejos del hogar,
le cubre el polvo de un país vecino.
Al alejarse le vieron llorar:
“Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar”.
Golpe a golpe, verso a verso.
muchas ocasiones a la tumba de Machado en el cementerio viejo de la localidad. Nunca le he encontrado solo, sin visitantes cotidianos que acuden por el mismo motivo que mis amigos y yo. Regreso con frecuencia porque, cada vez más, creo que no aplastaron del todo los ideales de su época y que se parecen mucho a los de hoy.
Murió el poeta lejos del hogar,
le cubre el polvo de un país vecino.
Al alejarse le vieron llorar:
“Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar”.
Golpe a golpe, verso a verso.
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