8 feb 2018

En el bosque del castilllo de Requesens solo queda la cantina

Para aprovechar que aquí dejó de llover y nevar, ayer subimos a caminar y comer al misterioso bosque de Requesens, bajo la cima encalada del Puig Neulós. Hacía frío y soplaba tramontana, pero lucía el sol. Las masías y el castillo de Requesens pertenecen al término municipal de La Jonquera, aunque se encuentran lejos de este núcleo urbano y solo se accede en coche desde Cantallops, a través de los 8 km de una pista de tierra en buenas condiciones. La espectacular silueta neomedieval del castillo es fruto de la reconstrucción de 1893 y las obras de mantenimiento iniciadas en 2014. Se trata de una carcasa vacía, igual que todos los demás castillos de esta zona fronteriza o de más allá. El rendimiento de los oficios del bosque se ha extinguido.
Del centenar de habitantes de Requesens no queda ni uno, excepto el restaurante de montaña La Cantina, regentado por Catalina Reig y su hija Núria Boix, donde la calidad del cordero a la brasa y la panorámica abierta hasta el golfo de Roses son capaces de resucitar a un muerto. De las habitaciones de hospedaje, en las que ayer encontramos instalado en retiro de trabajo al historiador figuerense Ferran del Campo, se ocupa Conxita Esteba, copropietaria por herencia de la montaña.
A partir de la Cantina, a pie, se llega en menos de una hora al Collet Fondo, donde se contemplan los restos del hidroavión francés que se estrelló el 19 de julio de 1986 mientras participaba en las tareas de extinción del gran incendio de la sierra de La Albera, con un balance de cuatro tripulantes muertos. 
La chatarra no la ha querido nadie. Se ha convertido en la “Ruta del avión” para senderistas, buscadores de setas, ciclistas de montaña y practicantes de juegos de geobúsqueda con GPS, quienes se toman la foto junto al pecio. El chirrido del timón de dirección, en la cola del aparato, rompe el silencio del paraje boscoso los días de tramontana con un chasquido gimiente, solitario, siniestro y auténtico.

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