En las grandes fincas de la Costa Brava sus diminutas construcciones anexas de los embarcaderos a flor de agua, inspiradas en las antiguas barracas para guardar los utensilios de pesca, han alcanzado a veces la gracia natural, la modestia orgullosa, la elegancia instintiva, la fortuna del emplazamiento que las lujosas mansiones de la casa madre no han sabido modelar. Dentro del fiordo de la cala d’en Massoni, en la pared rocosa de levante opuesta al embarcadero, subsiste el prodigio natural de la Bañera de la Rusa, un corto túnel de la
roca que conduce nadando (las embarcaciones no caben) al enclave rodeado de acantilados donde me gustaba tanto zambullirme en solitario para balandrear como un corcho en aquella placenta maternal y establecer un silencioso diálogo entre la majestad del lugar y el chapoteo de mis ilusiones, entre las que tal vez ya figuraba publicar un par de libros sobre la rusa que, segun decían, ahí se bañaba desnuda.
roca que conduce nadando (las embarcaciones no caben) al enclave rodeado de acantilados donde me gustaba tanto zambullirme en solitario para balandrear como un corcho en aquella placenta maternal y establecer un silencioso diálogo entre la majestad del lugar y el chapoteo de mis ilusiones, entre las que tal vez ya figuraba publicar un par de libros sobre la rusa que, segun decían, ahí se bañaba desnuda.
Cuando el abuelo Mèlio Vicens me llevaba hasta ahí en su barquita, yo lo ignoraba casi todo de aquella historia, salvo la resonancia legendaria que espoleaba mi curiosidad. Le pedía que nos detuviéramos para nadar hasta el interior de la Bañera de la Rusa. A él mi interés le parecía estrafalario, por no decir completamente barcelonés. Los nativos nunca se bañaban en el mar. Lo consideraban una costumbre incomprensible, turística, anti-natural y peligrosa.
Seguramente por eso Mèlio tomaba paciencia durante poco rato, con el motorcito de la barca apagado, mientras yo me zambullía feliz e intrigado. En seguida me reclamaba a bordo para enfilar de nuevo hacia la playa calellense d'en Calau. Quería desembarcar antes de que no la ocuparan del todo los “engorros”, los bañistas.
Las pequeñas embarcaciones que siguen costeando hoy el litoral rocoso de Calella de Palafrugell y doblan la mole abrupta del Cap Roig, entran de repente en el plácido refugio de la cala d’en Massoni, más conocida con el nombre de Bañera de la Rusa. Desde 1927 era el embarcadero y la playita particular del matrimonio ruso del castillo del Cap Roig, Nicolás Woewodsky y Dorothy Webster.
Siempre hubo en la Costa Brava propietarios rusos de carácter reservado. Si el matrimonio estaba formado per un ruso y una inglesa, la excentricidad potencial se duplicaba.
Construyeron el castillo al final de su vida y nunca lo habitaron, en cambio el jardín botánico creado en la finca lo abrieron a la visita pública desde el comienzo. Todo fue heredado per CaixaBank, actual propietario y responsable del festival musical de verano que se organiza.
Las dependencias internas del castillo se han revelado inservibles. Ahora proyectan ampliarlas con un auditorio soterrado para 200 personas y un espacio medioambiental en la actual cantera destinado a favorecer las actividades de todo el año. El plan especial urbanístico aprobado por los ayuntamientos de Palafrugell y Mont-ràs incluye la restauración del privilegiado embarcadero en la cala d’en Massoni o Bañera de la Rusa.
El punto clave de las obras de reforma, el más bello y vulnerable, es este embarcadero, el auténtico ombligo de la ampulosa finca.
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