Ayer me tocó presentar en Torroella de Montgrí el último libro de Quim Curbet titulado Apunts de la Costa Brava. Aunque no lo parezca, se trata de un libro de poesía que en vez de escribir en cortas rayas verticales lo hace con puntos y seguido. El autor ejerce de muchas cosas al mismo tiempo: editor, fotógrafo, escritor, articulista, aunque por encima de todo es, a mi entender, un poeta. Y eso a la Costa Brava le estaba haciendo mucha falta. Los capítulos nacieron como columnas publicadas inicialmente en el Diari de Girona. Tienen la medida resumida de una columna, multiplicada por el centenar de capítulos del
libro. Dicen en esencia muchísimas cosas sobre cada uno de los municipios del recorrido, pero dado que el autor ha actuado a la vez de editor, ha querido darle un formato pequeño, modesto, de bolsillo. No se dejen engañar por la apariencia.
Cuando Josep Pla escribió la famosa Guía de la Costa Brava, tantas veces reeditada, era preciso llenar páginas de diarios y revistas con artículos largos, cortados por el patrón del metro lineal. Ahora es obligatorio escribir corto, muy corto. Más que escribir, tenemos que tuitear.
He dicho que Quim Curbet ejerce de muchas cosas y me he he dejado una. También es un profesional de la modestia. En el mundo actual, inclinado a la profusión alocada de mensajes en todas direcciones, ha optado por la modestia aparente de la esencia, que es el elemento más importante de todos.
Ya aplicó la fórmula en su magnífico libro El viatge del gironauta. Durante cuatro años recorrió con papel y lápiz en la mano cada uno de los 207 municipios de las comarcas gerundenses para sacar un retrato personal, un reducido y centelleante esbozo al natural, capaz de caber en el espacio de la columna de diario. Los recopiló en libro, sin variar el formato humilde y noble de la columna. Aquel libro, igual como el presentado ayer, es una joya, un elogio de la fuerza del trazo de pincel fino, un monumento a la literatura descriptiva y la capacidad fotográfica de las palabras inspiradas.
Después publicó otro cortado sobre el mismo patrón. El Ter, crònica d’un riu reseguía todos los pueblos, del nacimiento hasta la desembocadura. Su literatura seguía seduciendo poderosamente, pero también seguía adoleciendo de dos inconvenientes mayores: no tiene ansia de poder dentro de los cenáculos que reparten el prestigio literario y en segundo lugar, a diferencia de nuestro coetáneo y llorado escritor gerundense Miquel Pairolí, Curbet aun no ha muerto y por lo tanto no recibe la cuota habitual de reconocimiento literario post-mortem.
Después de Josep Pla, es uno de los escritores más afinados que han dado las comarcas gerundenses. En la página 48 de los nuevos Apunts de la Costa Brava, escribe: “Cementerios marinos, de Llançà a Sète, de Roses a Sitges, entre las sepulturas quietas danza el espíritu inquieto de la inmortalidad. De Ritsos a Machado, de Valéry a Sagarra, pasando por el Espriu de Sinera, no hay cementerio marino sin poeta y no hay poeta sin un epitafio que no pisen las palomas, aquellas palomas de alas discretas que rondan también entre tejados húmedos y que, por la noche, bajo las estrellas, se explican como si fuese por primera vez la vieja historia de Ulises, aquel navegante-guerrero que regresó feliz, tras un largo viaje”.
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