¿Queda alguna ciudad europea que no haya presentado en sus calles una retrospectiva de las grandes reclining figures del escultor inglés Henry Moore? Probablemente no. En Barcelona tuvo lugar de forma tardía en 2006 de la mano de Caixafòrum, veinte años después de la muerte del artista, aunque durante las décadas anteriores ya se pudo contemplar en incontables lugares. Yo la recuerdo, por ejemplo, en el centro histórico de Bolonia en 1995, cuando mi hija mayor cursaba ahí el Erasmus y la iba a visitar. Por eso me ha sorprendido que el diario La Vanguardia de ayer domingo dedicase un despliegue de página doble a la enésima exposición de Moore, esta vez en municipio francés de Landerneau, cerca de Brest, como si se
tratase de una novedad o un acontecimiento.
tratase de una novedad o un acontecimiento.
Comprendo que la muestra facilite siempre fotos curiosas de las monumentales piezas colocadas en cada decorado urbano, pero lo único que cambia es precisamente el decorado. Imagino que la activa Fundación Henry Moore de Perry Green (Londres) que gestiona el legado tendrá cada vez más dificultad para repetirlo, por más que siempre surja algún municipio interesado en amenizar su vida cultural veraniega e invitar a periodistas internacionales para que visiten la muestra y escriban que es la mejor exposición de Moore del año en curso.
El estilo de Moore se ha convertido en un clásico establecido y ha dado pie a seguidores. En Catalunya la escultora olotense Rosa Serra ha cultivado una trayectoria similar, con muchas de sus características figuras repartidas en plazas públicas y edificios de todo tipo, por su colaboración con el Comité Olímpico Internacional y el mecenas Juan Antonio Samaranch. Cada día del año saludo a uno de sus atléticos y estilizados bronces a la entrada del Club Natación Barcelona y la recuerdo a ella y a Henry Moore.
Mi nombre figura como autor en la portada y los créditos de un libro titulado Rosa Serra, uno de los numerosos catálogos editados de la obra de la escultora, al que ella me pidió que escribiera una introducción. De aquel encargo se derivó el obsequio de una de las reclining figures en pequeño formato de Rosa Serra, que mi hija mayor conserva en el patio de su casa, tal vez en recuerdo de aquella exposición de Henry Moore en las calles de Bolonia en 1995, cuando ella vivía ahí y Henry Moore ya nos parecía un clásico visto y revisto.
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