La bandoneonista alemana Almut Welmann y su marido Miguel Chimienti vivían hasta hace poco en Barcelona y ahora lo hacen en la localidad alemana de Sulzburg. Almut me prometió que, si iba a visitarles, tocaría Johann Sebastian Bach con su su bandoneón para nosotros solos en la iglesia de San Ciríaco, una joya románica del siglo X restaurada recientemente, de una sonoridad que las líneas desnudas del románico ennoblecen. Ella sabía que la audición privada en este lugar me causaría una callada conmoción, como amante de Bach y del tango. Se trata de una iglesia luterana, igual que Bach, aunque la naturaleza de la música no tiene más limitaciones ni clasificaciones que el talento expresivo de cada compositor y cada
intérprete. Por este motivo se puede tocar un clásico barroco con el bandoneón tanguista y hacerlo convivir con una milonga, un vals, un tango. También interviene el ambiente de cada ocasión, el clima del momento, la predisposición.
El bandoneón es un instrumento de origen alemán que emite una voz ronca, honda, indómita, casi bíblica, quizás masónica. Pasó a formar parte de la música del tango argentino y uruguayo por un capricho nebuloso de la historia de las migraciones y todavía hoy sepulta entre sus pliegues sonoros un secreto vigoroso, tal vez la marca de una ofensa infligida al alma errante de las personas.
Almut Wellmann lo aprendió en Buenos Aires con el maestro Rodolfo Mederos, quien la indujo a tocar algunas piezas de Bach que se utilizan como ejercicio pedagógico porque combinan la aparente simplicidad con la riqueza de la genialidad. Previamente ella ya tocaba el violín y la flauta, dado que la educación musical de los bachilleres alemanes es de una solidez reconocida.
La capacidad de la música de conmover se sitúa entre la caligrafía de las notas y la grandeza de la sonoridad que se obtiene de ellas en algunas ocasiones. El carácter de esa musicalidad y ese momento, construido con pasajes de concisa armonía, representa la gloria del arte y es capaz de aproximarnos por unos instantes al misterio de la revelación de la belleza como realidad física.
Es lo que me ha ocurrido en la bellísima iglesia románica de San Ciríaco en Sulzburg. Otra cosa distinta es explicar con palabras una conmoción interior. La fuerza y el milagro de la música tienen poco que ver con el verbo, no pueden devaluarse mediante palabras descriptivas. Hablo de una emoción, un estremecimiento, un sentimiento de gratitud.
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