Una de las principales capítulos de la Guerra Civil fue la retirada a Francia por la frontera catalana de medio millón de civiles y soldados en tan solo quince días del 27 de enero al 10 de febrero de 1939. La magnitud sin precedentes de aquel éxodo y el duro recibimiento aplicado por Francia revistió enormes consecuencias. Después de la batalla del Ebro las tropas franquistas desplegaron un rápido avance en los 250 km que separan Tarragona de la frontera francesa. Barcelona, Girona y Figueres cayeron sin resistencia, como caería luego Madrid. Sin embargo la retirada de las tropas republicanas no fue una desbandada caótica, su práctica totalidad cruzó la frontera en formación a las órdenes de sus oficiales. El gobierno republicano seguía controlando el 30% del territorio: la capital madrileña y la costa mediterránea entre Almería y Valencia. En aquellas dos importantes reservas militares se basaba la política de "Resistir es vencer" mantenida por el jefe
del gobierno, Juan Negrín, como única posibilidad de presión para un final de la guerra pactado.
del gobierno, Juan Negrín, como única posibilidad de presión para un final de la guerra pactado.
Sobre la retirada siguen coexistiendo dos tonos demasiado distintos para consideralos verídicos en bloque. Los franquistas, así como los republicanos partidarios de una rendición sin condiciones, pusieron el acento en el derrumbe, la desorganización, la derrota. Los fieles a la política negrinista subrayaron el orden con que se desarrolló dentro de lo posible, los esfuerzos de dignidad mantenidos frente al derrotismo en las propias filas, incluso al más alto nivel de algunas autoridades de la República.
Unos 260.000 combatientes se vieron amontonados en los campos de concentración de las sucesivas playas de Argelés, Saint Cyprien y El Barcarés sin ninguna instalación de abrigo. Casi otros tantos refugiados civiles fueron dispersados en el interior de Francia. Tres cuartas partes de todos ellos habían regresado ya a España a finales de 1939, donde la suerte que les esperaba no era más halagüeña, como tampoco para quienes permanecieron en Francia en vísperas de la Segunda Guerra Mundial y la ocupación alemana.
El estudio de la retirada republicana a Francia ha adolecido de desenfoques persistentes. En primer lugar, considerarla una huida caótica. En segundo, no discernir entre los dos componentes distintos de civiles y soldados. A continuación, desconocer la geografía concreta de los varios puestos fronterizos utilizados. También, pretender eclipsar con la operación de evacuación de los cuadros del Museo del Prado la salida más turbia del patrimonio económico republicano. Finalmente, confundir la brutal desnudez de los campos de concentración en las playas rosellonesas durante las primeras semanas de encierro con la paulatina organización posterior. En todos los casos, la primera leyenda en caer fue que Francia hizo lo que pudo.
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