Ayer fuimos con el amigo Quim Curbet a Le Perthus a hacer como que hacíamos el contrabandista sin mucho sentimiento de culpa, más bien con la convicción de que el principal acto de contrabando fue colocar en 1659 una frontera allí donde no la había, por el interés de la corona francesa y el desinterés de la española. Alrededor de la raya artificial proliferaron intercambios clandestinos que antes no lo eran. El contrabando es consustancial a cualquier frontera. En el caso de la catalana, se sumó el hecho de ponerla en el punto de paso del Pirineo más transitado desde la antigüedad. El contrabando escapa por definición a cifras concretas, prefiere abonar leyendas y pasar desapercibido, que es su objetivo genuino y básico. Eso no significa que las
leyendas contengan solo viejas fantasías, pero sobre esta dedicación tradicional de las tierras de frontera hay más literatura que estudios, más suposiciones que conocimientos, más noticias puntuales que de conjunto.
leyendas contengan solo viejas fantasías, pero sobre esta dedicación tradicional de las tierras de frontera hay más literatura que estudios, más suposiciones que conocimientos, más noticias puntuales que de conjunto.
La frontera ha cambiado de formas y el contrabando le sigue el paso. Es su asociado, su sombra, su hermano Caín. La figura del contrabandista local siempre ha sido vista con mayor condescendencia que el carabinero o el gendarme, encargados de vetar por el respeto de una ley genérica y lejana. La gente no lo considera exactamente un delito, sino una picaresca frente al ampuloso engranaje de la maquinaria oficial.
La frontera todavía está, diga lo que diga la Unión Europea. Ha cambiado mucho, pero está. Se asienta sobre más de tres siglos de insistencia en separar a los catalanes de ambos lados. El resultado es imposible de ignorar para quienes nos gusta tener los pies en el suelo.
Trabajé como corresponsal del diario perpiñanés L'Indépendant de este lado de la frontera. Eso me permitió aprender a cruzarla con frecuencia y versatilidad, pero siempre fui consciente de estarla cruzando. Aun la franqueo con regularidad y sigo teniendo la misma sensación, me controlen o no.
Ya no es necesario mostrar el pasaporte, cambiar moneda ni comprar la carta verde, sin embargo compruebo que el contrabando estatal consistente en implantar una frontera donde no la había ha significado diferencias de marco de vida y de mentalidades entre ambos lados.
La frontera se ha impuesto. A veces favorece otro contrabando ideológico de verdades elementales que la superan, porque se encuentran más arraigadas que ella, por encima de sus incongruencias. Pero estar, la frontera está. Sobre todo en las mentalidades. Somos un viejo y al mismo tiempo moderno país de paso. Vivimos a caballo –un pie aquí, otro allí—de una de les vías terrestres más antiguas del continente europeo.
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